La seriedad del niño que juega del poeta Florencio Quintero


“La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad
 con que jugaba, cuando era niño”

Friedriech Nietzsche en  Más allá del Bien y el Mal.


Yo entro (y permanezco y luego salgo y vuelvo a entrar) en este libro, con la seriedad del niño que juega. Confieso que en un principio, la necesidad de jugar y descifrar el Anagrama (al mismo tiempo escondido y propuesto por el poeta) acaparó toda mi atención, revocando cualquier lúcida intención de realizar una lectura literaria, incluso diría poética, para llevarme a esa vivencia meta-racional o pre-racional dependiendo del momento y el lugar del recorrido, pero que a todo evento es el punto de partida anímico en su pureza, desde donde empiezo nuevamente a re-cordar el estado especialísimo e indescriptible que habitaba mi alma-niño. 

Según los sabios Chevalier y Gheerbrant el juego “es fundamentalmente un símbolo de lucha contra la muerte, los elementos, las fuerzas hostiles…contra uno mismo (el propio miedo, la propia debilidad, las propias dudas…”  Empiezo pues a jugar con el anagrama “Treoma” que en su des-composición y re-composición lúdica nos despliega tantos significados: Amor-et, Mater-o, Erotma, Erotam, Rema-to...Morte-a.

Esa alma-niño (o su psique) se manifiesta y se expresa de manera lúdica, abarcándolo todo en una libertad de sucesos que a pesar de estar en libertad, se suceden con un sentido cuyas reglas y  causalidad son misteriosas, ocultas, casi indescifrables. En el juego del niño, se produce de manera muy intensa una transferencia de la energía psíquica, que reviste de vida todo lo que le rodea. La inocencia del juego contiene sin embargo un profundo sentido y significado. El Maestro Adler Gerhard decía que “jugar con alguna cosa significa darse al objeto con el cual se juega; el jugador coloca por así decirlo, su propia libido en la cosa con la que juega… de ello resulta que el juego se convierte en una acción mágica que despierta la vida…jugar es vincular la fantasía con la realidad a través de la eficacia de la propia libido; jugar por tanto es un rito de entrada y prepara el largo camino de vinculaciones con los objetos reales”

Mas sin embargo, cualquier intento de explicar esa magia lúdica con la que el niño entiende y se vincula por sí mismo con el mundo, será impotente de revelarla en su verdadero significado y dinámica, pues la vivencia del juego para el niño, está más allá de la certeza o de las incertidumbres…más allá del bien y del mal. Ni los sabios Chevalier y Gheerbrant, ni el El Maestro Gerhard, nos parecen suficientes. Por su parte, Herman Hesse en su libro “El juego de los Abalorios” intenta darnos una interpretación de la contraposición de las explicaciones filosóficas y racionales del mundo y del Ser, con sus verdades poéticas. Sin embargo es a través de este pequeño y esencial poema llamado Treoma del científico, donde se densifica con la humildad esencial del poeta, el drama del hombre que ha dejado de ser niño: Escudriña incertidumbres / atrincherado  en  certezas / se aleja de lo que es.

A través del retorno que proponen estos versos, me veo a mí mismo conmovido contemplando en la etapa dorada en la que ha devenido mi vida (o la segunda mitad de mi vida), si reconozco a través de su lectura que hubo un punto medio de fragmentación que separó dramáticamente a este hombre que hoy se estremece con el niño original, con el que es y nunca ha dejado de ser.

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Es imposible el dejar de considerar que el poeta-evocador de ese retorno a uno mismo a través del reconocimiento de la niñez, es a su vez un hombre que se dedica a sanar el alma humana de esas fragmentaciones. De una manera inédita, y asombrosamente reciente, Sigmund Freud realiza con rigor la decodificación del alma del hombre y sus conflictos anímicos. Para ello, centró con una claridad asombrosa, todo el origen y despliegue del desarrollo de la pisque humana en los eventos existenciales que se vivencian en la niñez, incluso aquellas que se manifiestan en el ser humano adulto. Ha sido Freud quien reveló y tuvo la visión del primer y más grande “Arquetipo” que no es otro que el arquetipo de Edipo. 

Segismundo / se equivocó / El asunto no reside / entre Yocasta culpable / y Edipo sin ojos con que llorar / El nudo está  / en la pregunta de la esfinge.

Con este poema, de una manera mágica-lúdica-sincrónica, el poeta une en el tablero del poema todos los elementos del drama y de la tragedia humana que marcan su profunda sensación de desprendimiento, de fragmentación, de la salida sin retorno del paraíso y la disolución de una niñez pérdida en los laberintos del alma adulta, llena de culpas, de castraciones y fragmentaciones. El personaje de Segismundo (no por casualidad el mismo nombre de Freud con el que el poeta enuncia su primer verso) en la obra “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, tiene una resonancia absoluta con el Edipo de Sófocles. Para Edipo el juego en el reto de la pregunta y su respuesta contiene el sentido de la tragedia. Un Caín que se separa y rompe con Dios-Padre, cuyos ojos enceguecidos lo conducirán a sí mismo, al centro ineludible de su propia alma. Segismundo en su torre, descubre y se identifica con el pez encerrado en su vientre de agua, esperando o soñando que esas aguas se derramen y lo arrojen a la soledad del existir, esta vez más bien redimido con el re-encuentro y su propio re-conocimiento a través de entender al padre. 

En su ensayo Edipo y Segismundo: La libertad en Sófocles y Calderón, el poeta catalán Benjamín Gomollón dice que: “Calderón y Sófocles, expresan, a través de sus héroes, su invencible fe en la libertad del ser humano, más allá de la marca del destino y del padre.” Yo le agregaría o más bien aclararía que esa libertad, es un atributo del alma, a pesar de la tragedia de la alteridad y del trauma con lo externo, libertad que solo se logra a través de la postura lúdica y mágica con la que el niño asimila y a su vez determina al mundo que le rodea y del cual forma parte, a pesar de su sensación de otredad y de desprendimiento con que lo marca el nacimiento y la separación de su origen amoroso-simbiótico. Para  el Segismundo de Calderón “La Vida es sueño”, y como dije, no por casualidad para Segismundo Freud la “vía regia” hacia el alma y la psique es el sueño. Es sin embargo el poeta quien termina de darle sentido al drama y a la tragedia cuando nos recuerda que la “vida es juego”.

Pero la sincronía lúdica se sigue extendiendo y resurgiendo a lo largo de todo el poemario, de todo el juego del poeta-niño-hombre, (y también del lector quien de manera ineludible es parte del juego). Aparte de Heráclito y Stevenson a quienes trae el poeta como piezas de abalorio, abríamos estos sentires con la cita de Nietzsche para que todos concurran en la visión de que sólo a través de la seriedad con la juega el niño se llega al punto de integración que revoca la profunda sensación que como decíamos constituía el drama de la “otredad”

Ese que  mira desde el espejo / guiña el ojo / me reconoce en este cuerpo / con 50 kilos menos / se ríe de mi desconocimiento / Sabe que yo no lo veo / con buenos ojos / Esa barba recortada / postura lozana / poco tienen que ver / con mi desasosiego de hiedra espesa / Ese que  mira y se ríe / Poco tiene que ver conmigo / A pesar de que cada día / que amanece / busco en el azogue / e intento asumirme en su otredad.

Y he aquí el nudo central del juego, la respuesta a la pregunta de la esfinge, pues ese punto medio en donde se divide la vida en dos mitades, esa fragmentación, cuya primera parte la plena la niñez y los traumas y neurosis que producen los conflictos existenciales que se suceden a tal separación (en términos físicos y anímicos) donde todo es pulsión (que de una manera tan conmovedora nos revelara Freud), desembocará en el retorno al centro de nuestra propia alma, evento que solo se logrará a través de asumir nuevamente con toda la seriedad de los niños ese juego o desenlace final de la tragedia humana, en ese proceso de “Individuación” que nos revelara a su vez ese otro sanador de almas llamado Jung, donde niño y hombre formarán un “individuo psicológico, es decir una unidad independiente e indivisible, un todo…” Parafraseando al Maestro Jung, diría que este proceso tiene dos grandes fases que marcan los umbrales de transformación y plenitud de la psique: La de la expansión en la primera mitad de la vida y la de introspección en la segunda.

Estas sincronías se terminan de evidenciar al ver con claridad que esa es precisamente la tragedia universal, la tragedia original que expresa el proceso anímico del ser humano y que los griegos ritualizaron en la “tragedia griega” con su culto y sacralización del mundo emocional y afectivo que Nietzsche describe en su libro “El origen de la tragedia” para integrar esa pulsión dionisíaca con la luz de apolo en un solo evento que desembocará en la conciencia.

Leyendo este libro y dejándome llevar con la libertad que otorga el juego, entiendo claramente que el sonido de la respuesta  que corresponde a la pregunta original tiene la consistencia leve del viento. Lo que Nietzsche llamó el sonido “Alciónico”.

A mi manera de sentir, es precisamente esta la voz con la que el poeta nos restaura en la niñez en la edad dorada, nos re-cuerda la prevalencia de los paraísos. Y lo hace precisamente en su punto de inflexión, en su hito de individuación, en donde el niño contempla al hombre y el hombre contempla al niño. Evento que le da sentido al desprendimiento que antecede a la conciencia del amor, a la conformación de la sensación incomparable de crear, de procrear, de ser padre para entender el juego y retornar.

En una vieja charla sobre esta revelación, decía que: “Entender esta visión poética y lúdica del mundo y del hombre que desarrollaron los Griegos antiguos (los de oro), solo ha sido posible para el hombre moderno, (el hombre de hierro, el hombre que solo habita la fría luz de la conciencia razonante), gracias a la rebeldía de Nietzsche y su rompimiento con las concepciones y pensamientos del hombre clásico, académico, del hombre exclusivamente apolíneo. Para lograr ese retorno, instaura lo que él llama la absoluta libertad de interpretación, la legión de hombres llamados alciónidas, capaces de comprender esa dinámica anímica del hombre que se expresa a través de la tragedia griega, y su capacidad de síntesis creativa y recreativa del acontecer humano en toda su expresión: “(…) ¡cómo podrían ellos echar en falta lo que nosotros, los otros, los alciónidas, escuchamos!: gaya scienza, pies ligeros, chispa, fuego y garbo; la gran lógica; la danza de los astros, el espíritu desatado, el trémolo febril de luz del Sur, la mar serena. Plenitud… Un espíritu se libera de toda creencia, de todo deseo de certeza, y es arrastrado a sostenerse sobre cuerdas y posibilidades ligeras, incluso a bailar sobre el abismo. Semejante espíritu sería el espíritu libre por excelencia”. Así nos devela Nietzsche la esencia de los espíritus libres, de esa esencia que es hija de los vientos, capaz de transfigurarse a la llegada del solsticio de invierno en el ave apasionada que recoge la brisa marina y se rige por los tiempos sagrados de la luna. Alcione, hija del viento, será esa voz susurrante de la sabiduría emocional, afectiva y pasional del ser humano en cuanto es espíritu libre… es la voz del ánima transmutada en espíritu, la voz que surge del esplendor humano cuando alcanza la integración, la Individuación: “Es preciso ante todo oír bien el sonido que sale de esa boca, ese sonido alciónico, para no ser lastimosamente injustos con el sentido de su sabiduría. “Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad. Pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el  mundo”.

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Me quedo con el pétalo / con la gota de rocío / sobre el verdor ancestral del tallo / Me quedo con la libélula / con su ingravidez sobre el estanque / Me quedo con el sonido de la risa / multiplicada por los maderos del bosque / Me quedo con la sencillez / de lo natural / sobre el estallido de engranajes / El ominoso concreto / La grisácea sucesión de días en la urbe.

Así resuena el poeta con la hija del viento. Eterna libertad que otorgan los retornos, la conciencia del amor, tal vez el más maravilloso de los juegos. La transformación que se produce a nivel de la conciencia amorosa-vinculante, hará que lo lúdico y el juego se profundice, alcance un sentido de transcendencia, donde ya el niño no jugará en soledad, si no que se integrará a sí mismo en ese plano trascendente, que también describe el poeta en la segunda parte del libro. Y no podía ser de otra manera. La cadencia final que desemboca en el juego compartido del amor. El reconocimiento del otro, el dar y recibir, el ofrendar, el suspiro, el vacío que proclama plenitud, los sortilegios del deseo, las confesiones que purifican, total entendimiento amoroso hacia la amada ante la imposibilidad de entender el juego poético por inexplicable. Lo inefable que se expresa cuando el poeta total, cuando el niño-hombre le declara a su amada:  Tú que me amas y te entregas / acepta  que en esta danza de complementos / en tu azul cuando juegas / ocurre el poema.

No podría terminar estos sentires, sin manifestar mi asombro ante el fulgor del epílogo donde nos sumerge en el mundo, y esta vez de manera total el poeta-niño-hombre enamorado. Este tercer plano del juego abarcante, la secuencia de estas revelaciones, de esta profunda sensación de libertad que nos impone el juego despojado de la belleza, “La Gran Belleza”: La divina proporción, el número áureo, el infinito juego de la creación de las formas y su sentido. La secuencia Fibonacci que cierra este despliegue de sincronías, donde se expresa la creación a sí misma también de una manera inefable, vinculándonos en su eclosión fractal, con lo creante. 

Yo
Fuimos ajenos
Ahora nos encontramos
en las muescas de tinta
de un poema que progresa helicoidal como  hojas
de una flor muy viva   muy roja sangre   muy distinta a las palabras
Es armoniosa la matemática del universo que  va sumando y sumando  nos acerca
a esa flor a este poema al refugio
que constituyen las palabras justas
que ahora decrecen
Somos cercanos
Yo.

He aquí pues la respuesta, el sentido del juego, la seriedad del juego, donde lo ajeno se encuentra y se hace cercano, donde el hombre retorna, colmando todos sus ciclos de sombra y de luz, donde se hace maduro y se hace dulce como los frutos pues la madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba, cuando era niño.


Edgar Vidaurre


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