Cuando el pueblo vio que Moshe se
estaba tomando mucho tiempo en descender de la montaña, ellos se reunieron
alrededor de Aharon, y le dijeron: "Ocúpate, y haznos dioses que vayan delante
de nosotros; porque este Moshe, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto –
no sabemos lo que le haya acontecido." (La Torá, Shemot, 32:1).
Parece increíble cómo
textos tan antiguos pueden reflejar con gran fidelidad al ser humano contemporáneo.
Posiblemente, el hecho de que estemos ante creaciones puramente espirituales explica
dicha fidelidad, ya que nada puede ser tan leal al hombre como aquello que nace
desde las profundidades del alma. Buscamos constantemente en el afuera las
respuestas que solo encontramos en nosotros mismos. Años de historia nos
demuestran cómo los conocimientos surgidos del mundo inmaterial quedan
plasmados en obras literarias hermosamente creadas, siendo la experiencia de
lectura un acto subjetivo donde se encuentran dos posiciones: el mensaje
transmitido por el escritor y el recibido por el lector. Se forma así, para
cada persona distinta, una enseñanza única donde convergen las almas de por lo
menos dos seres que, sin embargo, son iguales en su cualidad de humano. Al
pensarlo bien, entonces no es tan increíble encontrarnos representados en
textos antiguos, sino más bien un hecho esperable de cualquier creación
proveniente del espíritu.
El becerro de oro, un
relato que retrata al hombre y a la mujer de todos los tiempos. Las palabras
del pueblo demuestran cómo los seres humanos necesitamos creer en algo para
poder seguir adelante con nuestras vidas y entender el mundo que nos rodea, sin
importar de dónde provenga ni cómo sea encontrado aquello en lo que creemos. Lo
importante es la guía que esta creencia otorga a nuestra existencia en un mundo
terrenal donde reina despiadadamente la incertidumbre. Hay quienes incluso
explican cómo las personas que comulgan únicamente con la ciencia necesitan
creer, pues también en estas disciplinas hay máximas que, sin llegar a ser
verdades, son esperadas como tal. En otras palabras, requieren ser aceptadas
mediante la creencia dada por la comunidad científica y el mundo en general.
Entonces, si es posible
encontrar una similitud entre todos los seres humanos, esta sería la búsqueda
que cada uno inicia para encontrar algo en que creer. Dice Carl Gustav Jung (1964/1995):
“No podemos definir ni la psique ni la naturaleza. Solo podemos afirmar qué creemos que son y describir, lo mejor
que podamos, cómo funcionan” (p. 23).
Ahora bien, en la actualidad no solo estamos creyendo en Dios o en la
ciencia, “también creemos en el estado feliz, la paz universal, la igualdad de
los hombres, en sus eternos derechos humanos, en la justicia, la verdad” (Jung,
1964/1995, p. 85). La creencia está en los movimientos políticos, en las luchas
por transformaciones sociales, en personajes que cumplen roles esperanzadores y
en muchos otros ámbitos de nuestra cotidianidad. Así, el verbo creer está
constantemente presente en nuestras vidas, incluso en un mundo basado en la
ciencia como principal fuente de conocimiento. Tal y como hace el pueblo,
buscamos nuevas creencias cuando las antiguas parecen desmoronarse o
desaparecer de nuestras vidas o cuando dejan de ser suficientes para guiar el
paso del hombre por el mundo, tanto a nivel individual como colectivo.
El pueblo se quitó los aretes de
oro y los trajeron a Aharon. Él recibió lo que ellos le dieron; lo fundió, y le
dio forma de un becerro. Ellos dijeron: "¡Israel! ¡Aquí está tu dios, que
te sacó de la tierra de Egipto!" Al ver esto, Aharon edificó un altar
enfrente de él y proclamó: "Mañana será fiesta para adonai." Temprano en la siguiente mañana ellos se levantaron y
ofrecieron ofrendas quemadas y presentaron ofrendas de paz (La Torá, Shemot,
32:3-6).
Evidentemente, al ser
la deidad creada por los habitantes una construcción de oro, es posible
encontrar en ella un significado especial. En este sentido, adorar a un becerro
de oro puede ser entendido como una alegoría del hombre contemporáneo (E.
Vidaurre, comunicación personal, 2 de marzo de 2021). Vuelven a representarse
así características propias de nuestra época, en este caso las metas que rigen
nuestras acciones y que son idolatradas en el siglo XXI. El becerro de oro bien
podría simbolizar el dinero, la fama, el reconocimiento, las propiedades, los objetos
materiales, el número de seguidores en redes sociales y cualquier otro recurso
concreto vinculado más con el aspecto material presente en cada uno de nosotros.
Hay quienes verdaderamente dedican su vida por completo a encontrar estos
fines, convirtiéndose los mismos en el centro de sus acciones y guiando sus
pasos por este mundo. Alaban así abiertamente a un becerro de oro, en este caso
adaptado a la era tecnológica y competitiva en la cual nos desarrollamos, y le
entregan como ofrendas los años de la propia vida.
Al día siguiente Moshe dijo al
pueblo: "Ustedes han cometido un pecado terrible. Ahora subiré a YAHWEH;
quizás pueda expiar su pecado." Moshe subió otra vez a YAHWEH, y dijo:
"¡Por favor! Este pueblo ha cometido un terrible pecado: ellos se han
hecho un dios de oro (La Torá, Shemot, 32:30-31).
Además del punto de
vista netamente religioso presente en estas palabras, podemos pensar en otro
significado implícito en los discursos de Moshe: cómo el hombre se equivoca al
querer llenar su plano espiritual, que es eterno y abstracto, con objetos materiales
finitos y concretos. Prácticamente, el ser
humano que no cultiva su componente espiritual carece igual que aquel que no se
ocupa de sus necesidades materiales o fisiológicas. Nos dice Viktor Frankl (1946/1991)
que muchas veces buscamos compensar con el dinero nuestros vacíos espirituales.
Como ya hemos leído, esto último también aparece reflejado en un relato de
impecable sabiduría como es el becerro de oro.
YAHWEH le respondió a Moshe:
"Aquellos que han pecado contra mí son los que borraré de mi libro. Ahora
ve y guía al pueblo al lugar que te dije; mi Ángel irá delante de ti. Sin
embargo, el tiempo para castigar vendrá; y entonces Yo los castigaré por su
pecado." YAHWEH golpeó al pueblo con una plaga porque ellos habían hecho
el becerro, el que Aharon hizo (La Torá, Shemot, 32:33-35).
Si se había entendido
al becerro de oro como una representación de aquellos aspectos alrededor de los
cuales el hombre contemporáneo centra su vida, entonces es posible pensar en
este castigo también como una representación. No se está diciendo aquí que
necesariamente deba existir una plaga mandada para sancionar estas acciones,
aunque hay que admitir que resulta llamativo escribir esto en plena pandemia. En
todo caso, se puede pensar que el castigo no debe ser interpretado de modo
literal. Existe un término expuesto por Viktor Frankl (1946/1991) en una de sus
obras que, como la mayoría de sus pensamientos, es realmente interesante y
lleno de conocimiento: “la neurosis del domingo” (p. 109). Esta consiste en una
“especie de depresión que aflige a las personas conscientes de la falta de
contenido de sus vidas cuando el trajín de la semana se acaba y ante ellos se
pone de manifiesto su vacío interno” (p. 109). En los años actuales, este vacío
interno y sus emociones displacenteras podrían ser manifestaciones modernas de
la plaga nombrada en el relato.
Al dedicar totalmente
nuestras vidas a la adoración de fines que en nada le hablan a nuestro
espíritu, es posible entonces vivir diversas consecuencias. Estas consecuencias
se derivan de nuestras propias decisiones y no tienen que ser tan caóticas como
una plaga, lo cual no quiere decir que no impliquen profundo sufrimiento.
¿Cuánto puede perder el hombre que dedica su vida a la obtención de estos
bienes? El error no está en desearlos y hasta buscarlos, el error está en
volverlos el centro de la existencia, en una deidad, en idolatrarlos hasta el
punto de descuidar momentos y oportunidades de felicidad que pueden no volver a
tocar nuestras puertas. La falta está en enmascarar, como dice Frankl (1946/1991),
al tedio o aburrimiento con un anhelo por obtener riquezas. Los resultados de
un vacío interno, continúa el autor, pueden ser tan devastadores como el
suicidio o las adicciones. En resumen, el castigo puede ser un tiempo perdido,
el deterioro en salud, la pérdida de privacidad, aspectos legales y hasta el vacío
interior. Así, estas consecuencias surgen por buscar todas las respuestas para
sentirnos llenos en objetos que no pueden satisfacernos con plenitud.
Alessandra María Guerrero Pereira
(Trabajo presentado para el Diplomado de literatura del mundo UNIMET 2021)
Referencias
Bibliográficas
Frankl, V. (1991).
El hombre en busca de sentido. Editorial Herder, S.A. https://www.inaes.edu.py/application/files/6515/8516/6361/RESILIENCIA._FRANKL_VIKTOR_-1979_-_EL_HOMBRE_EN_BUSCA_DE_SENTIDO.pdf
Jung, C.G. (1995).
Acercamiento al inconsciente. En C.G. Jung (Eds.), El hombre y sus símbolos (págs. 18-103). Paidós (Documento original
publicado 1964).
La Torá (s.f.). Shemot.