Caín más allá del Jardín o el Ulises de Homero

 


Caín más allá del Jardín o el Ulises de Homero

 

Cuando regrese, lo haré con la ropa de otro hombre, con el nombre de otro hombre. Mi llegada será inesperada. Si me miras con desconfianza y dices “no es él”, te hablaré del limonero en tu jardín, y la ventana por donde entraba la luz de la luna. Te mostrare todas las señales de mi cuerpo, la cicatriz en el muslo izquierdo y me creerás. Entre abrazos te hablaré del viaje -toda la noche y todas las noches por venir-, y de toda la aventura de la Humanidad, de la historia de amor que nunca termina.

 

Edgar Vidaurre

La ciudad de Awan

(paráfrasis sobre el poema griego anónimo Nostos)

 

 

El médico psiquiatra C. G. Jung, decía que la psique solo puede entenderse a través del arte como el camino hacia la individuación, proceso que desarrolla en el ser humano la propia identidad. A través del arte, podemos explorar nuestro inconsciente, confrontar nuestras sombras y descubrir aspectos de nosotros mismos que permanecían en lo más interno y oculto, para iluminarlos de manera integrada en la conciencia. En su libro El hombre moderno en busca de su alma el Maestro Jung dijo sobre la creación poética que el artista, el poeta ha extraído su visión a través de las fuerzas curadoras y redentoras de la psiquis colectiva que subyacen en el alma humana. Con su aislamiento y errores penosos ha penetrado en esa matriz de vida en la que todos los hombres están incrustados, la que imparte un ritmo común a toda la existencia humana y permite al individuo comunicar sus sentimientos y luchas a toda la humanidad.

Por su parte y desde la otra orilla de un mismo lago, el artista visual Marc Chagall nos revelaba que el arte no es solo una técnica o habilidad, sino una profunda expresión del espíritu humano o el aspecto más elevado en colectivo de la condición humana: el arte es, sobre todo, un estado del alma, otorgándole así el poder de trascender lo material y tocar lo más profundo de nuestro ser, como una forma de liberar las emociones y conectar con lo espiritual. Así, el artista o creador, a través de su obra reflejará su propio viaje interior y su búsqueda de la belleza y la verdad. Aquí Chagall nos invita a ver el arte no solo como un objeto estético, sino como una experiencia que nos transforma y nos conecta con algo más grande que nosotros mismo.

Haciendo una síntesis entre ambas visiones, podríamos decir que el arte, además de ser un «estado del alma» o el camino que nos llevará a la individuación, es en suma, toda la dinámica incesante de creación, que vincula de manera vital y alternante la luz y la sombra en infinitos estados que van desde la génesis u origen, hasta la fragancia o el «material subliminal» desplegado de esa flor que llamamos alma y cuya perfecta belleza se encuentra [como diría Heidegger] en el centro vital que vincula la raíz con el fruto.

Referenciando de seguidas a los creadores bajo la advocación de poetas y músicos y, al inefable misterio que encierran el arte y la belleza, en la pieza sinfónica «El poema del éxtasis» de Alexander Scriabin se evoca una imagen muy poderosa que abre de par en par las puertas de ese misterio. No hay contraste, a pesar de las ascensos y descensos, de la profundidad de sus graves y la levedad de los agudos casi inaudibles. Lo que hay, lo que se siente es unidad. El éxtasis es unidad, es abrazo: La luz entonces no será ese fenómeno puramente lumínico que se contrapone a la sombra [eso es apenas lo que vemos con los ojos del cuerpo]. La luz es hija de la sombra, pues nace de ella y hacia ella retorna. La verdad contiene toda la luz y toda la sombra. Así, la luz es apenas el aspecto luminoso de esa verdad. Aunque la luz pareciera ser el final, o aquello último que expresa la verdad por su atributo de diafanidad, la luz también es el principio. Así pues, por su parte y ya sobre la energía sonora de la palabra, el poeta Odiseo Elytis decía que: esta verdad se contenía en el poema... es la poesía el único lenguaje que expresa esta totalidad: Así la luz, que es el principio y el final de cada descubrimiento, se manifiesta de una manera abarcante, en una visión totalizadora, una perfecta transparencia en el poema que permite mirar al mismo tiempo, dentro de la materia y dentro del alma.

El orden simbólico como signo del lenguaje del artista creador y del poeta, se desplegará pues en una dinámica de inmanencia y trascendencia, de alternancia y a la vez unión de aparentes opuestos para crear de manera incesante nuevas realidades. En un principio era la oscuridad y dijo el máximo creador: hágase la luz y la luz se hizo. El ser humano a su imagen y semejanza replica de manera conmovedora tanto a nivel material como espiritual esta dinámica de la creación. Así, como metáfora de esta dinámica, de este recorrido, de este viaje lleno de transformaciones y al igual que el principio o génesis de la humanidad, en su recorrido existencial advendrán la luz y las sombras, el día y la noche, el bien y el mal, el sol y la luna, el macho y la hembra…pero, sobre todo, el jardín del Edén: espacio intensamente sosegado, centro esencial como metáfora del alma, donde se integrarán todas estas dualidades. A lo largo de este proceso de individuación que referíamos del Maestro Jung, el recorrido de la existencia tendrá pues las representaciones y los arquetipos que expresan los estados sucesivos y la vez circulares de transformación de la condición Humana en cuanto creación y a la vez como elemento creante: el Padre, la Madre, el Puer, la Persona, La sombra, Ánimus y Ánima, El Héroe, el Sabio, la Virgen, la Prostituta, el Caballero, la Dama y en especial, El Eterno Femenino.

Justamente desde aquí, desde este punto de la crónica, inicio la aproximación al hombre que fuera llamado Alfredo Herrera, poeta, artista visual y buscador a través del ejercicio analítico y psicológico del sentido vital de su trascendencia más allá de sí mismo, como paso necesario para entender qué significa la muerte y la resurrección de un poeta llamado ahora Ignacio Salas. Nieto por el linaje «materno» del gran artista plástico Don Tito Salas, en este caso y siendo Ignacio Salas un hombre cabal y, por ende, continente en su interior del arquetipo del Ánima, se hace indispensable iluminar este hecho a través de una cita del psicoanalista Jaime López Sanz en su ensayo Héroe y Ánima en Doña BárbaraHablar de ánima es hablar del alma, de una interioridad rica y consistente que provee de significados flexibles y variados a nuestro vivir cotidiano. “Ánima” supone que entre el ego consciente y nuestras complejidades colectivas hay una relación viva, emocionalmente viva y bien contenida. En lenguaje de psicología profunda, decir “ánima desarrollada” significa que el ego se siente conectado a una fuente interior inagotable, de naturaleza femenina, a la que debe el ego su ser, sus transformaciones, sus cambios, sus apetencias, y también sus patologías; sus vacíos, sus enredos, sus obstinaciones y tormentos. Pues, gracias al ánima – una figura femenina interior con la que entablo relación y por la que me sé acompañado– tanto mis apetencias vitales como mis patológicos enredos y mis oscuridades me significan, dan sentido a mi vivir. Sin ánima estoy despersonalizado, una condición clínica en la que todas las funciones del ego pueden operar a las mil maravillas, pero en la que mi sentimiento de ser una persona y el sentido de la realidad del mundo se experimentan como perdidos. Ella es, en un plano simbólico, la Dama del Caballero, la Virgen que ampara al Santo y la Prostituta Sagrada que espolea al libertino. Lo que en la vida diurna y empírica significa que ella es la Dama que eleva al patán, la verdulera que humilla al presumido, la Virgen que redime al libertino y la prostituta que ampara al virginal.

No puedo dejar de citar como paso indispensable a la aproximación del alma de este creador, poeta y artista visual, lo recogido en mi ensayo titulado El mito poético en su primer capítulo: Jung, se dio a sí mismo una profunda mirada interior para ver, para despertar (aunque el sueño fue contradictoriamente la vía principal), y aunque como dijimos, transitó durante largos años por los caminos de la Alquimia y sus símbolos, la religión y el arte, de manera inicial y al igual que los antiguos poetas, salió en busca del Mito como explicación válida y total del mundo, como el sustrato más hondo de sí mismo y al mismo tiempo universal para vincularse a lo trascendente, empezando por el mito primario, El Mito de la Creación, pues este no es otra cosa que la búsqueda del origen: la creación es origen. De manera permanente y simultánea, los seres humanos somos creadores y creación; el origen, el punto de inicio, es único y común para todo lo creado y es allí, donde la vinculación se hace patente… somos apenas una instancia de la transformación, del sacrificio del Ser. No existe la unión de opuestos ni contrarios, pues los opuestos no existen... en el mejor de los casos (para no hablar de la capacidad desintegradora del hombre) estos son una ilusión. En consecuencia, no existe un movimiento perpetuo de creación-destrucción en donde ambos eventos se suceden permanentemente. Existe un solo y único evento: La Transformación. (…) Podríamos añadir nuestro asombro y nuestra interpretación (igualmente muy libre y personal) de lo dicho por el Maestro Jung sobre El Sacrificio en su libro Transformaciones y Símbolos de la Libido, como elemento primordial en los procesos de metamorfosis y transformación. Los símbolos del incesto, separación, sacrificio y diferenciación son reinterpretados de una manera extraordinaria como el proceso indispensable del ser humano para alcanzar la conciencia total. Para ello es necesario enamorarse del origen, salir en la busca del origen perdido, que en este caso es la madre universal. Dicho en otras palabras, ir en busca enamorada del origen es incesto, (aunque sea en términos simbólicos un incesto universal). Vincularse con aquello que nos originó, que nos creó. Pero en este caso se trata precisamente del hecho restitutorio de aquello que perdimos con la primera separación, de la diferenciación de la consciencia individual del hombre que se siente inicialmente desvinculada de esa madre universal. El segundo paso para re-vincularse con esa madre universal que debe dar el ser humano, es el diferenciarse de la fuerza activa, del Padre Universal, una especie de Caín a la manera poética como lo describe Luc Estang, en su libro Le Jour de Caïn o El día de Caín: Caín es hombre desprendido de su madre inicial y posteriormente de su padre. El primer errante en busca de tierra fértil y el primer constructor de ciudades, es también el hombre señalado por Dios para que no lo maten. Es en definitiva el primer hombre que se aleja de la presencia de Dios y anda sin fin hacia el sol naciente, hacia nuevas auroras. La aventura es de una grandeza sin par, la del hombre librado a sí mismo, asumiendo valientemente todo el riesgo de la existencia y la consecuencia de sus actos. Caín es el símbolo de la auténtica naturaleza humana en sí misma y en toda su expresión. Es así, que desprendido de la madre y rompiendo con el padre (matando simbólicamente la figura arquetípica de ambos), el ser humano puede alcanzar aquello totalizador que trasciende a estas figuras.(…) para Jung el asesinato simbólico del padre no constituía un aspecto destructivo impulsado por la Libido en el contexto de la rivalidad y el odio hacia éste, sino una ruptura previa, indispensable, imperiosa y a la vez constructiva de individualizarse de constituirse a sí mismo para ver, entender y colmar la necesidad del retorno al origen bajo la figura extraordinaria de la Resurrección o el nuevo nacimiento, de entrar una vez más al seno de la Madre para ser dado a luz nuevamente por ella, y mantenerse ligado, esta vez conscientemente a esa fuerza nutricia incomparable (…) Este proceso de diferenciación y separación inicial es el primer paso a la integración en la consciencia de los sustratos universales (incluyendo al bien y al mal, a la sombra y a la luz) y esto no se logra sin dolor y sacrificio. Por último, no podemos dejar de decir que la representación de estos aspectos simbólicos en el mito de Edipo, alcanzan realmente una magnitud dramática cuando este queda ciego, es decir cuando dirige su mirada hacia adentro, cuando prescinde de ver el afuera para experimentar lo que llamamos «la mirada interior». La transformación es entonces sacrificio y así nos lo revela el Maestro Jung: No hay llegada al consciente sin dolor.

Es conmovedor escuchar a nuestro artista y poeta narrar la historia de su vida en este punto presente, y sentir la asombrosa similitud o recreación con la historia del día de Caín en esta amplia elipsis temporal que lo llevará desde su «primer nacimiento» a la saga existencial de asumirse a sí mismo. Su necesidad de emancipación, su rompimiento emocional con el padre, su nostálgica y melancólica evocación del jardín sagrado como metáfora de su propia alma en busca de redención y sosiego. ¿A qué mujer en realidad estoy amando? Superposiciones femeninas, les pregunto ¿Cuál es la verdadera entre ustedes que prevalece entre el amanecer y el atardecer? En cada cuerpo hay otro cuerpo y otro, superposiciones femeninas ¿por qué? ¿por qué tantas? La ley de las estrellas y la ley de las flores son sencillas. ¿por qué siempre en el pecho la apoteosis?... preguntas que signan ese perseguir incesante de nuevas auroras y nuevos amaneceres en la metáfora del «Eterno Femenino» y, a la manera de Caín con la mujer llamada Awan, prologándose a sí mismo en cuatro seres: dos hijas y dos hijos, errando en el afuera por varios años en distintas ciudades, para finalmente regresar al origen, al mar, a la madre, en cuya orilla o umbral, ya «renacido» como un dios mortal con una marca en la frente, se afirma a sí mismo como en una oración callada y mansa: Tu cabeza está cansada de olas. Desde hace mucho tiempo buscas un puerto. Tu cabeza está cansada de afectos, de himnos, de halagos, monstruos, caballeros. Tu cabeza está cansada de juegos. Acostada en la arena, en la hierba. Tu cabeza está cansada de guerras.

En su ensayo El jardín de homero: una aproximación psicoanalítica a la creación poética el psicoanalista Carlos Valedón, quien fuera analista de nuestro artista por muchos años en función del proceso de creación poética como fenómeno psíquico, nos puntualizaba que: En contraposición a numerosos autores que consideran la creación como un mecanismo de defensa, dentro de los cuales el más acabado es la sublimación, intento mostrar a través del material de un analizando que el acto creativo, particularmente el poético, además de ser la expresión de los aspectos psíquicos sanos que no sucumbieron al proceso neurótico, es el resultado de una buena relación exenta de persecución con los objetos internos, la cual genera un sentimiento de libertad y le permite al Yo la suspensión de todas las defensas facilitando así la cristalización de sus tendencias creativas en la producción de poemas. Sólo una particular relación de armonía, entendimiento y cooperación entre las instancias psíquicas derivadas de las características de las relaciones objetales Internas, capaz de originar un territorio de paz o una especie de zona franca, permite que la creación poética pueda investirse libidinalmente y transformarse por sí misma, independientemente de sus contenidos en una fuente de gratificación.

En este caso, el jardín como dijimos es ese espacio sagrado de paz interna y externa donde el artista se redime a sí mismo ya no como un proceso o fuente de gratificación y placer, sino en a la vivencia del mundo emocional traspasado y transformado por la gracia del amor, como fuerza que lo vincula todo. Así entonces nos dice el jardinero y filósofo Byun Chul-Han en su libro Silencio en el jardín: El tiempo del jardín es un tiempo de lo distinto. El jardín tiene su propio tiempo, sobre el que yo no puedo disponer. Cada planta tiene su propio tiempo específico. En el jardín se entrecruzan muchos tiempos específicos. Los azafranes de otoño y los azafranes de primavera parecen similares, pero tienen un sentido del tiempo totalmente distinto. En su obra Amor y conocimiento, Max Scheler señala que, «de una forma extraña y misteriosa», san Agustín atribuye a las plantas la necesidad «de que los hombres las contemplen, como si gracias a un conocimiento de su ser al que el amor guía ellas experimentaran algo análogo a la redención». El conocimiento no es una ganancia, o al menos no es mi ganancia, ni es mi redención, sino la redención de lo distinto. El conocimiento es amor. La mirada amorosa, el conocimiento al que el amor guía, redime a la flor de su carencia ontológica. El jardín es, por tanto, un lugar de redención.

Es sin embargo desde ese jardín o centro sosegado, que se iniciará de manera paralela a la historia de Caín otra saga u Odisea. Esta vez bajo la determinación del arquetipo del Héroe en busca de su Ánima, que de manera consciente iniciará su Nostos o regreso al centro frágil y herido de sí mismo. Una especie de Ulises ya cansado de guerras, que a la manera de la Odisea de Homero iniciará su recorrido (lleno de monstruos, himnos, juegos de seducción de circes, ninfas y hechiceras), a la isla soñada, donde sigue palpitando su jardín. Notable el episodio que refiere el Psicoanalista Carlos Valedón en el ya citado ensayo El Jardín de Homero, sobre la muerte de Avelino, (el jardinero de sus primeros miedos como el poeta lo llamaba). Se marca aquí el primer punto de inflexión, la muerte de este padre «jardinero de sus miedos» determinará su voluntad de salir, «Telemaquia» que lo impulsa a ir busca del sosiego en la intemperie, en el afuera de sí mismo, su primera muerte y resurrección. Notable que casi siempre en las resurrecciones ocurran en el centro de un jardín, entre la mirada femenina y un jardinero.

Este largo recorrido cuya secuencia poética estará signada por los siete textos (número recurrente en la creación y en alma de nuestro artista): Cinco árboles, El parque, La tarde alcanzada, Remanentes, Pared, Las Gradas y Highways, de manera integrada y paralela también forjará las impactantes y conmovedoras imágenes visuales de la serie que él llamará Humana, metáfora gráfica de la condición humana y de su trasfondo esencial: eso que sostiene al alma desde las sombras, desde el color intenso de esa oscura belleza que habita las profundidades del ser, renunciando con humildad a la luz racional y sucumbir al color exasperado de las manzanas. He querido de manera deliberada resaltar a lo largo de todo este escrito la palabra Humana y Humanidad, para señalar el profundo sentido de esta dimensión del alma. Yo vine del mundo de las cosas, detenido en la fuga luminosa, me quedé dormido en el infinito y desperté sin luz en el mundo de lo desconocido, se susurraba a sí mismo en el centro de las sombras un niño asustado de apenas siete años en sus primeros poemas. El hombre maduro de hoy, como fruto generoso y abierto a la luz le responde a ese niño herido: Y leve en la piel de las orejas, algo de arena impalpable. Como en los corales. Prueba de que hemos estado junto al mar. completamente solos.

Quiero cerrar esta crónica sentida, narrando desde el corazón lo que he vivido en estos meses con el poeta: asistir a su dolor, a su muerte y a su renacimiento, presenciar  la transformación de la pasión en su expresión más acabada como lo es el sutil soplo de una brisa arremansada, su Nostos, su regreso, su entrega final a ese Eteno Femenino, ya de nuevo transformado, rebautizado, renombrado con los ojos cerrados al afuera y su mirada abierta al interior de sí mismo y, en cuyo centro lo ha esperado desde siempre, el mar, el origen, la Diosa Metis «esa madre sabia», la que deja que lo masculino suceda, pase, determine. La manzana y la flor, la Diosa del amor, esa doncella que lo habita y en cuyo oído le dice transido nuestro poeta impenitente: Cuando regrese, lo haré con la ropa de otro hombre, con el nombre de otro hombre. Mi llegada será inesperada. Si me miras con desconfianza y dices “no es él”, te hablaré del limonero en tu jardín, y la ventana por donde entraba la luz de la luna. Te mostrare todas las señales de mi cuerpo, la cicatriz en el muslo izquierdo y me creerás. Entre abrazos te hablare del viaje -toda la noche y todas las noches por venir-, y de toda la aventura de la Humanidad, de la historia de amor que nunca termina.

 

Edgar Vidaurre

Este escrito lo quiero dedicar de manera muy especial como un homenaje

A Doña Valentina Salas, Madre del poeta y artista visual Ignacio Salas

 

 

 

 

 

 

 

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