El villano en su rincón de Lope de Vega



Por gentileza de Federico Pacanins tuve el privilegio de presenciar esa obra maestra del teatro de todos los tiempos: El villano en su rincón, de Félix Lope de Vega. La obra se presenta dentro de la programación teatral de la Asociación Humboldt San Bernardino, los sábados y domingos 2 y 3 – 9 y 10 de julio. Aunque pareciera una audacia (y en realidad lo es) de Pacanins, el montar una obra del Siglo de Oro español en pleno sigo XXI y en la ciudad de Caracas posmoderna, su gesto nos demuestra de manera contundente, como la dinámica de la humanidad, sus arquetipos, sus etapas de desarrollo y sus eternos retornos nunca pierden actualidad cuando los vemos desde la perspectiva totalizadora que siempre nos aporta el arte, el buen arte. No en vano cuando hablamos de esta dinámica humana en su conjunto, al unirla con el sentido del llamado Siglo de Oro español, veremos como la denominación de esta maravillosa centuria toma su nombre en referencia a los griegos (los antiguos por supuesto, los de oro) y en especial del historiador Hesíodo en su libro Los trabajos y los días, donde nos revela su visión sobre las Edades del hombre: de oro, de plata, de bronce y por último la de hierro, la actual, la posmoderna, aún sin paradigmas precisos y con expresiones colectivas cada vez más degradadas, donde abundan las ideologías, las perversiones del poder, el caos, la anomia y una humanidad fragmentada, todo mezclado en ese cambalache que nos cantara en su visionario tango Enrique Santos Discépolo.

Pero recapitulando, en esta posmodernidad sin paradigmas y, diría aún más, que gracias a esa pérdida de los cauces y el desborde de las aguas, podemos contemplar, aunque sea fugazmente, pero con más intensidad, los destellos de La Belleza; tal vez el más antiguo de los paradigmas con los que la humanidad se explicó el mundo a sí misma.

Cuando Lope de Vega escribió esta obra, también al igual que Federico Pacanins hoy al remontarla, lo hizo de manera audaz. Escritor, novelista, dramaturgo, productor de teatro, eterno enamorado, polémico, espadachín y poeta, este hombre polifacético es, sin duda, uno de los íconos de ese Siglo de Oro. Sería imposible no darse cuenta de las coincidencias y relaciones entre el autor y productor de ese entonces, con nuestro estimado y querido Federico Pacanins, empezando por la raíz de sus apellidos Vega y Vegas (Federico tiene también por nombre Guillermo Federico Vegas Pacanins). Este abogado y además locutor, ensayista, biógrafo, crítico musical, productor de programas y montajes musicales, dramaturgo, productor de teatro, es a su modo, también espadachín y poeta (imposible no referenciar sus extraordinarios Haikus Caraqueños publicados por Gisela Cappellin Ediciones - 2019 y su encendida espada como crítico de la cultura y de los tiempos actuales).

No pretendo hacer una crítica profesional y cómo siempre, este escrito es una crónica sentida, en tanto espectador. Tampoco voy a hacer un spoiler de la obra, pero si quisiera detenerme en los tres símbolos puntuales que para mí resumen la visión de Lope de Vega, como símbolo abarcante de la dinámica del ser humano y su confrontación de realidades individuales y colectivas, que hoy como nunca se expresan en la obra y en la forma en que Pacanins la ha concebido, producido y montado.

Los tres símbolos puntuales son los que pone el Rey en la mesa ante el Villano: el cetro, los nombramientos y el dinero o dote, pero sobre todo el espejo. Todo se integra en un intercambio de símbolos que desembocan en un entendimiento vital entre ambos hombres. Sus plenitudes, sus realidades, se funden y se integran de manera dramática y conmovedora. Pero quisiera detenerme en el espejo, tal vez el símbolo que lo integra todo. La extraordinaria Ann E. Wiltrout, estudiosa y crítica del teatro, en su ensayo: El espejo y el reflejo de dos cuerpos en "Richard II" y "El villano en su rincón" nos dice que: "El error de Juan Labrador y el de Richard II es el mismo: tanto el rey inglés como el vasallo español habían vivido engañados en un mundo ameno e ilusorio de su propia hechura. Lope se sirve del bucólico lenguaje nobiliario para convencer al lector y espectador de la comodidad campestre al mismo tiempo que le deja entrever cierta grieta en la tapia de este jardín encerrado; las abundantes alusiones negativas con que el villano moteja la vida de la corte sugieren más bien una obsesión que una satisfacción verdadera (…) El defecto de Juan Labrador es el de ignorar la resolución de las antinomias aldea / corte y ocio / negocio como un conjunto de dos partes iguales. El labrador se obstina en su convicción de la superioridad de su mitad y la inferioridad de la otra. Al proclamarse rey en su rincón, asume las prerrogativas reales y desde esta perspectiva privilegiada enjuicia su vida amena como superior a cualquier otra manera de vivir. El ocio de aldea, el trabajo, los productos del campo y la tranquilidad del ambiente son tan amenos como el mundo ceremonial de Richard. Y son igualmente falaces. El rey lopesco casi cae en la misma trampa. Pero se corrige en seguida; sus deberes le llaman y tiene que abandonar la paz casi espiritual del pueblo. Es el rey sol que debe brillar igualmente sobre el ocio aldeano y el negocio cortesano. Juan Labrador, al asumir el cuerpo político real, pretende ser rey sólo de su pequeño rincón y así niega la corte y el negocio. Su sol no ilumina más de la mitad del reinado. Cuando por fin reconoce su error, se disculpa ante el rey, explicándole: "Fui villano en rincón, no en ofenderos." (Vega 1963: III, 2819). Pero efectivamente, ha sido villano en ambas acepciones de la palabra-aldeano e indecoroso o descortés. Su nombramiento de mayordomo real es pues, un castigo, y no un premio. Sin embargo, para sus hijos, el rey ha resuelto el conflicto de estilos de vida y clases sociales que tenían con su padre. Puesto que sólo el rey tiene este poder, el villano ve de nuevo el reflejo y la diferencia entre soberano y súbdito. Por ende, la interpretación de la comedia estriba en la doble acepción de la palabra villano. Con razón, Lope tituló la obra El villano (y no el labrador) en su rincón."

El simbolismo total de la propia obra por su parte, nos expresa las diferencias de clases sociales, la frontera humana entre los estratos de una humanidad incapaz de verse los unos a los otros, la ruptura y la desintegración entre la naturaleza, las ciudades y las cortes, la brevedad de la vida y las ansias egocéntricas del ser humano en creerse el centro del mundo, el amor como una gesta en la que hay que superar obstáculos, los celos, la envidia, las suposiciones adelantadas, la dramática dinámica del poder del dinero y el poder político como elementos que pervierten la vida por una parte y, por la otra, la posibilidad de integrar, de entender las realidades a través de una vivencia directa o reflejada, el encuentro entre los mundos de donde surge una visión más trascendente de la vida y su sentido. Un Rey que desciende y un villano que asciende, se encuentran y por fin se pueden mirar sin el relumbre cegador del SOL, horizontalizándose y arremansándose con la interacción del eterno femenino encarnado en la presencia activa y determinante de las mujeres y sus personajes en la obra.

Dos detalles finales que creo importante resaltar de la obra y por su puesto también del montaje. Uno es la evocación de la trova poética y amorosa del “amor cortés” como retorno de una visión del amor en donde la Dama es la reina del amor, el origen y destino de la humanidad, sean cuales sean los estamentos en que la sociedad esté dividida a lo largo de los tiempos. Integración vital e importante en donde la posmodernidad se presenta dentro de unas profundas fragmentaciones y divisiones de todo tipo. La integración amorosa de clases sociales, la importancia del amor en todas sus advocaciones, hijos y padres, villanos y reyes, se me antoja como el otro gran elemento que armoniza y balancea la obra. El otro detalle es la sugerencia en el texto, de la confrontación poética y personal entre Lope de Vega y el gran Góngora. Conocida es la vieja enemistad literaria entre ambos escritores. Sin embargo, aunque Lope pareciera ironizar en el texto, poniéndole al personaje Otón una jerga gongorina, en realidad lo que hace es sublimar el conflicto, integrando en la obra, ambas modalidades de uso del lenguaje y poniendo además como triunfador definitivo a través del inefable amor, al propio Otón.

Para cerrar, es imprescindible destacar a todo el equipo que acompañó esta gesta. La suprema entrega y calidad de todos los actores, los técnicos, asistentes y gente de teatro con mística, disciplina, así como la gestión cultural de la Asociación Cultural Humboldt, espacio generoso y plural al que tanto le debemos.

Los invito pues a salir del estado o zona artificial de confort, de ese «Rincón» en el que nos ha metido la posmodernidad con las redes y las pandemias. Salir de ese encierro egótico en el que el poder y la pérdida de paradigmas nos mantienen, para auto-mirarnos en el espejo que nos plantea con total actualidad Lope de Vega. Mirarnos en definitiva en el espejo del arte, en el antiguo y conmovedor espejo de la Belleza…de la “Gran Belleza”.
 
Edgar Vidaurre

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