Ara Solis - Prólogo al poemario de Gema Matías
Prólogo
“Que el camino salga a tu encuentro. Que el viento siempre esté detrás
de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos volvamos a
encontrar, que Dios te sostenga suavemente en la palma de su mano.”
Bendición Celta – anónimo
Al traspasar el umbral y
entrar por los portales que abre este libro (al modo de los libros sagrados), uno
no sabe si está saliendo hacia la amplitud más abierta e inconmensurable, o
entrando a la hondura interior más insondable. Así, se constituye una
experiencia espiritual inédita, unívoca y al mismo tiempo dual (diría incluso
fractal). El tránsito y el desdoblamiento que se vivencia en términos anímicos,
me ha puesto en estado de ubicuidad con el afuera y el adentro, con el arriba y
el abajo, mostrando en un sólo horizonte cóncavo-convexo las infinitas
direcciones que marca la rosa de los vientos en su despliegue de
ramificaciones, irrupciones, irradiaciones y convergencias. Todas esas fuerzas se dinamizan e imantan mutuamente de manera
incesante, hacia un “Centro” a su vez fluido y cambiante que lo atrae todo por
el efecto de la gravedad de la “Gracia”
y que abre y derrama simultáneamente la unidad hacia todos los puntos
cardinales y cósmicos, esta vez y en su reverso, por el efecto de la levedad de
la “Gracia”.
Aunque la vivencia y el
contacto con lo inefable es por definición (o más bien por indefinición) inenarrable
e indescriptible, y aun estando la primera sugerencia del texto determinada por
la figura extraordinaria de Santiago el Mayor y su “camino de peregrinación”
hacia los confines de la tierra, con los ecos de la saga espiritual de San
Pablo apóstol y de toda la tradición de las primeras efusiones del
cristianismo, es imposible desde lo sugerente de su título dejar de sentir y de
evocar las visiones que los Druidas, los orientales y todas las manifestaciones
místicas y míticas que han venido revelando y explicando (también en términos
anímicos y abarcantes) ese tránsito, ese “camino” que vincula y le da sentido
al alma universal y su absoluta relación de correspondencia con ese
imponderable que llamamos “El Alma humana”.
Gema
Matías, quien es astróloga, maga, sibila, es sin duda alguna una Druida en toda
la extensión y la hondura (lo vertical y lo horizontal de la cruz del manzano) que
encierra esa palabra del céltico insular o irlandés antiguo Dryw: maga, vidente, o como se narra
poéticamente la “Historia de
Augusta”, sobre las mujeres galas llamadas “dryades” o “druidesas”.
Estas sacerdotisas durante los solsticios de verano oficiaban en los umbrales
de los altares de piedra (¿por qué no los de Stonehenge?) tal y como lo describe en estado de éxtasis nuestra druidesa
en este libro: topónimo de mi mapa
ancestral / separa las aguas convergentes / y en cualquier curva roturada / se filtra
sin flexiones / toca la distancia / del bosque o del destierro / como alfarero de
fábula / exhuma manuscritos / engendrados en la espesura / del camino solar / para
tejer ramajes en el torno / del santuario druida.
He aquí entonces los rituales del
fuego o las fiestas de Litha, que se celebraban durante la noche previa al
solsticio de verano en honor a la diosa solar Xana. Esta diosa es la
advocación femenina del sol, de la fase gestadora, nutricia y vivificante de
“La estrella Solar”, en cuyo altar las sibilas quemaban las hojas de laurel e
invocaban, mediante los conjuros sagrados, su aparición justamente en el
instante de su mayor cercanía con la tierra, en su momento de mayor energía, de
mayor poder mágico-sagrado. Esta cercanía, revestía al sol de una cualidad
femenina bajo el símbolo de la Estrella. En esta instancia de la visión que nos
propone la dríade poeta, el arcano XVII de la “Estrella”, ésta representa
en su simbolismo a la gran Madre, a las dinámicas de la gestación, de la creación, de nacimiento.
Stella Maris
Venus Afrodita
Ishtar Isis
Innana
Heraldo del
día que trae la esperanza al alba
Agrada cautiva
emociona venera se enconcha
rasga el
envoltorio del resplandor del sí mismo
Lucero del crepúsculo heraldo nocturno
solitario
pasaje del inframundo humano
y una promesa
heráldica para llegar al cenit
¿Llegaré?
El reflejo de la estrella o de su imagen en el agua de los
lagos, o de los pantanos, se amplifica con el agua derramada por la virgen o la
doncella a modo de vertiente desde el alma humana… así la estrella une y
vincula el cielo con la tierra, el inframundo con la luz, justamente desde el
punto del origen: “La
estrella es el mundo en formación, el centro original
de un universo”
Referencia ineludible también la
leyenda de Avalon, o la “Isla de las manzanas”. Avalon se deriva etimológicamente
de la palabra Abal, que significa en
celta antiguo, justamente manzana. Aquí la estrella deviene en manzana. El
manzano (sobre todo en su advocación de cruz y sus amplificaciones sumerias y
judeo-cristianas) es el árbol sagrado de los Druidas, pues simboliza la
inmortalidad y la sabiduría. Allí se celebraba también en el advenimiento del
solsticio de verano “la fiesta del amor o
el amor de las manzanas”. En estos rituales se cortaba una manzana por la
mitad para que apareciera la estrella de cinco puntas en el corazón del fruto
sagrado. La virgen que cortaba la manzana, lo hacía debajo del árbol, invocando
a la estrella y al fuego. Así se unían de manera sagrada el amor y la vida, la
fuerza abstracta del amor con la vivencia trascendida y tangible de su fuego.
Este especialísimo ritual, resuena con todos los arquetipos de las diosas o las
doncellas del amor, de los árboles y de las manzanas. Afrodita, Inanna, Isis, Ishtar,
Eva e incluso María Virgen, quien en algunas de sus advocaciones es rodeada por
las manzanas: “Virgen de las Manzanas: Siendo testigo de un cielo vacío caleidoscopio esférico. Guardaré para tus dedos. Para lamerlos. Como se lamen las
heridas. O las cicatrices del alma / Poma”
Imposible para mí no reproducir en estos
escritos la vivencia personal sobre mi viaje (o más bien el viaje de mi alma) y
el recorrido desde la sombras hasta el amanecer, desde el símbolo de Avalon: “Esa cierva perseguida es mi alma… No
importa qué nombre tuviera, qué nombre le hubieran dado: Isla de cristal,
Ynyddgwtr o Avallon…fue siempre la misma tierra, como una es mi alma. La herida
por la que se había escapado era profunda y al mismo tiempo luminosa. Es por
eso que sólo puedo arrastrarme hasta la barca para acostarme en ella, dentro de
ella y dejarme ir. Esa cierva herida es mi ánima. Se paraba junto a mí en el anochecer, desnuda,
bienaventurada, como si el Paraíso nunca se hubiese ido, inamovible… en la
mañana se convertía en una rosa blanca. Hoy sólo siento este dolor en el
costado. Aún así me preparo para el viaje. Me preparo para cruzar este
mar…aunque sea de noche.”
Este
círculo sagrado de solsticios y equinoccios, de la rotación de la tierra
alrededor del sol, que se inicia de manera mística con el solsticio de verano,
se cierra en el Mabon, que la
vidente-poeta nombra en su cadencia final. En la visión druida de esta dinámica
de vida-muerte-resurrección, el Mabon es el ciclo en el que Dios solar se
prepara para morir en el mes de Samhain, y regresar al vientre de la Diosa
Madre, para luego renacer en Yule. El gran viaje. El “Camino” de la
renovación y el renacimiento, que se concreta en el equinoccio de otoño, donde el
día y la noche son iguales. La naturaleza decae, reposa, descansa, los árboles
se despojan de sus hojas como un acto de invocación esperanzada de su floración
en primavera y de la resurrección de sus frutos. Este hundirse, estas
catedrales internas (como las nomina nuestra dryade) tienen a su vez una
absoluta resonancia con la leyenda Druida que
narra la historia de una ciudad sumergida bajo las aguas del mar, o del
“lago sagrado” la denominada ciudad de Ker-Ys, que significa
"fortaleza de las profundidades". Esta leyenda, que sirve de
inspiración al preludio “La catedral sumergida” del compositor Claude Debussy,
narra como la catedral de dicha ciudad fue sumergida a causa de la falta de
piedad y virtudes de sus habitantes pero que, cada amanecer, surge desde
lo más profundo y puede ser contemplada por los seres humanos, cuando
emprenden el camino interno a su origen bajo el impulso espiritual de
la luz del solsticio de verano y la cercanía del sol.
Sin
duda alguna, estas dinámicas de retorno al vientre de la gran madre tiene su
simbolismo en la Oca: “Plumas de amor,
llevan las ocas escondidas”, (para Cirlot, la oca está asociada a “La Gran
Madre” así como al descenso a los infiernos y a las fuerzas del destino). Se
suma importancia también, la reiteración del verde en todas sus representaciones
desde lo mítico hasta lo alquímico, donde se simboliza a la resurrección o los
renacimientos. Nuestra asombrosa sibila nos lo canta así: ¿Qué nos mueve? / Las voces de los niños están cerca /
verdes maizales los encubren / con olor a tierra a verano / el sol abrasador matiza el verde
/ verde de mis intuiciones / trascendencia verde / verde de fanales / Extática
/ en éxtasis divino / me embriago en el verde del follaje / y en la distancia
del olvido
Antes
de cerrar y rozar la visión del apóstol Santiago y su recorrido que confirma y
amplifica estas dinámicas, se hace indispensable resaltar el vínculo de estas
dinámicas religantes con las visiones orientales, y concretamente con la visión
del Tao que nos revela ese camino. Tao significa literalmente “El camino”,
la vía, el recorrido que muestra la unidad, la armonía entre los opuestos, el
arriba y el abajo, la tierra y el cielo, el movimiento convergente y centrífugo
de las aguas, o como rezaríamos nosotros parafraseando a la vidente: El cielo en los pozos, las aguas
convergentes, el desapego que acorta la distancia entre el cielo y el infierno,
la elipsis de los solsticios, su sinuoso
y murmurante río, la lejanía del “verdadero Yo” que se acerca al corazón de
nuestra esencia en los desiertos, en la abertura de surcos en la tierra, en el
amor que detiene el tiempo, en ese árbol que se aleja para tocar el “Eter”.
Ya para terminar de cerrar el círculo de vivencias que se abrió en este libro sagrado, terminamos con el título - por el principio- Ara Solis. Como una resonancia de los mitos y leyendas antiguas, en la Costa Da norte en Galicia, se sitúa el Ara Solis (El altar del Sol) en el promontorio del cabo de Finisterre o en el “fin de la tierra”. Ancestral santuario precristiano dedicado al Sol en el extremo oeste de la tierra, donde se ocultaba, sobrecogedor y con proporciones gigantescas, cada tarde.
Ara Solis, espacio donde
el sol era visto por última vez y comenzaba el gran misterio, la isla de la vida-muerte-resurrección.
Circularidad que recorrían (y aún recorren) muchos peregrinos al prolongar “El
camino de Santiago”, una vez llegados a Compostela, hasta la orilla del fin,
como una necesidad y un espacio sagrado, impresionante, misterioso y mágico.
Monumento que según las leyendas, estaba formado por cuatro columnas y una
cúpula, donde se ocultaba definitivamente el Sol y concluía la ruta de las estrellas,
la ruta solar, la Vía Láctea, donde ya no miraba el cuerpo sino el alma. Aunque
la tradición local dice que el altar fuer destruido por el apóstol Santiago
arrojándolo monte abajo durante su predicación por este umbral de abismos, la Leyenda Aurea del poeta Jacoppo de
Varazze sostiene que los discípulos del apóstol consultaron al propio sabio
Régulus, sumo sacerdote del Ara Solis, sobre cómo realizar el ritual de su
entierro en Compostela.
Diríamos
que el apóstol Santiago recorre y resume esta dinámica entre el afuera y el
adentro, entre la armonía de los opuestos. Los ciclos de nacimiento, resurrección
y muerte que perfecciona Jesús como símbolo solar y revelador del reino de los
cielos en la tierra. Que ese recorrido nos llevará desde los orígenes del alba
en Stonehenge en el solsticio de verano, hasta los abismos
que están en Finisterre o el final de la tierra. Y he aquí la maga ditirámbica que
parada en el centro inalcanzable a la mirada, ejecuta una invocación al sol
desde las sombras, replicando el movimiento del ritual de las manos de las
antiguas Dryades rezando en voz antigua la “Letanía
de las azucenas”.
En este punto de la saga, nos
sorprende aún más la poeta al establecer de manera gráfica las coordenadas del
alma como territorio final de ese recorrido, donde se despliega y desarrolla el
camino. El antropólogo Everardo Garduño, cuando nos habla de los chamanes, de
los iniciados celtas, americanos y orientales narra como estos
líderes espirituales, confeccionan una cartografía simbólica sobre su
territorio. Esta cartografía construida con elementos naturales del paisaje,
espacios intervenidos y sitios que sólo existen en sus narraciones. En el
primer caso sobresalen piedras, aguajes y montañas. En el segundo, cementerios
y sitios rituales. En el tercero, los sitios destruidos por el tiempo o de
manera intencional. Todos son geosímbolos sobre los cuales se elaboraba una
narrativa que los identifica como elementos importantes que merecen ser
protegidos o recuperados. De manera poética y revestida de una gran
belleza, el poeta y filósofo irlandés John O'Donohue en su libro sobre la sabiduría celta
llamado Anam Cara, nos lo dice así: “Tu alma conoce la
geografía de tu destino. Sólo ella tiene el mapa de tu futuro; Por eso puedes
confiar en este aspecto indirecto, oblicuo de tu yo. Si lo haces, te llevará
donde quieres ir; más aún, te enseñará un ritmo benigno para tu viaje”.
En el caso de nuestra poeta, ella,
para dejarnos y dejarse a sí misma testimonio desde los topónimos de su mapa
ancestral, establece en esa geografía de su destino, las coordenadas del alma:
la Rosa de los vientos, la flor de Lis, las estrellas, el dragón, el Céfiro, el
faro, las catedrales y las iglesias internas, los montes, los árboles de
manzanos, las flores del Avellano (que son de manera diferenciada, femeninas y
masculinas), las ocas como símbolo del retorno a la madre universal, los barcos
como crisálidas de renacimiento y recorrido sobrenatural, las aves con su vuelo y el Sol. Esta
cartografía sin tiempo ni espacios concretos y materiales, revocará de manera
simbólica las distancias, pudiendo unir en un mismo plano sensible a Santiago
de Compostela y Santiago de León de Caracas, a Saint Jean Pied de Port con el tepuy
de Roraima, como representación del dualismo cósmico, abriendo a su vez
esas fisuras, esos agujeros del destino por donde entra el sol a lo más hondo,
puerta que abre y une las universos paralelos, el indulto cósmico, donde las
almas transmigran en una peregrinación también dual y paralela, y ella misma la
druida, la vidente, la maga, como un girasol que recoge la profunda libertad de
lo concéntrico, hacia el atardecer, donde el sol que se hunde en el horizonte,
donde su circularidad de cierra, se sumerge y se muere entrando en las aguas
para simbolizar la íntima y abierta comunión de lo cósmico con la tierra: “El
cáliz comulgando con el infinito”.
Ahí en ese altar, material o imaginado,
cerraremos los ojos, al final del camino (o en el principio) para escuchar la
cadencia final de su canto: “Sigo al sol hasta
los confines de la tierra / alzo o bajo la alidada en el interior de la madre /
hasta que entre por las rendijas / con
fervor silencioso / en la basílica interna / Conseguir la inmortalidad / arrojándome
a las olas para morir / bautizarme y renacer en el Ara Solis”
Edgar Vidaurre
Escrito en el amanecer del 21 de junio del año del
señor 2018,
en el solsticio de verano.
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