18 lecturas del poemario PANAYIA...


Primera Lectura

Su mirada. Siete años la esperó tercamente, fundido en la yunta del arado, con los ojos llenos de tierra, buscando una semilla parecida a este dolor en el costado. Regresaba destrozado, la boca arrasada por la sal y la herida del viento del verano en las espaldas. Cada amanecer caminaba hacia el oriente, ciego el corazón. Las manos levantando la tierra, más allá de ella misma, más allá de Dios. Tras de sí la muerte de un árbol, donde duerme El favorito del cielo.

Segunda lectura

Había conquistado el fuego. Añadido a tu tierra sagrada los frutos de su propio amor, cuando le dabas la espalda. Su otra muerte, la pura, la clara. Cómo es posible que se adelantara a tu designio?. La ofrenda y el atributo que le otorga tu rechazo. Después le fue difícil el camino. No le queda ya sino ese cuerpo que pertenece a la tierra y un único latido de sangre en el pecho. Tal vez un ardiente verano le traiga de nuevo tu lluvia nupcial. Una ventana abierta al corazón de las islas, para hacerle de nuevo la vida soportable.

Tercera lectura
Esa era su ofrenda. El sacrificio de su sacrificio. Mírame las manos le decía. Están así de ayuntar con ella, arrancándole oscuridad para buscar su verdadero corazón -Un corazón blando y húmedo- Así él se hizo su dueño. Por su amor fue “él mismo”, su propia respiración, su propio paso. Desprendido de ti, la buscará para amarla en la ciudad de los sauces, lejos de su centro, asomándose para escuchar el canto de la tierra y comprender la belleza. Mas ahora sólo hay ese silencio donde arden las manzanas. Es el viento del este, que sube por los costados del cuerpo, anunciando su inminencia.


Cuarta lectura

Había iniciado el viaje montaña arriba, hacia el cielo. En medio de la oscuridad del mundo, su boca iluminando una acción de gracias en el altar de los perfumes, los siete brazos y la pequeña mesa con los panes. Ella le decía: “Se ha abierto el secreto del mundo. Que tu secreto se vaya también con el viento”. Y así era el misterio. Porque la verdad es una piedra negra cuya sombra nos empuja cada vez más hacia abajo. Hacia las aguas de la vida.

Quinta lectura

Perdieron las casas de la vida. Aun así, ese hombre ponía los cimientos del cielo en la tierra. Luego la vio cerrar los ojos en medio de una danza apasionada y marcharse hacia el centro. Él la buscaba con el cuerpo ávido. La llamaba por su nombre pero ella no venía. La soledad era entonces su piedra angular. Una nueva casa fundada sobre esas aguas, las primeras. Y para no morir, la pobreza del cielo. El corazón de una espiga esparcido sobre el último verano.

Sexta lectura

Un pecho vacío. Un pecho del tamaño del último cielo. Ahí pusiste tu piedra angular, ahí donde se inicia la liturgia de todos los veranos. Él ungía con aceite su cuerpo. Una tarde conmovida y la nostalgia de los hombres levantada por una rama-del-agua-de-la-roca. Ella nos dice que volveremos a las aguas para surgir purificados de nuevo a la belleza de la tierra. Pero la belleza es aun una niña dormida en la noche de Dios. Será con el retorno de la luz cuando despierte, para buscar refugio en tu pecho que para siempre la espera. Un pecho del tamaño del último cielo.

Séptima lectura

Ahora la miramos en un ritual vivo. “La magna rosa siempre estuvo aquí, a tu costado sumergida en lo profundo del sueño. Tuya y desconocida”. Ella me devuelve la mirada, hija del mar del paraíso. Ya no hay remordimientos para el amante de los perfumes. Sólo esta roca y el agua de la roca. Luego el vino, la gloria del cielo y en la tierra, esta pasión... para los hombres que la aman.

Octava lectura

Nombro a tu espíritu que es un árbol. Un árbol inclinado porque le pesa su carga a la estación. Susurrando tu nombre ella te pide que vuelvas los ojos al vacío, que lo contemples, que confíes en él: “Ese hombre viejo que pasa la noche dormido debajo del árbol”. De su boca sale un niño con el pecho en forma de cúpula azul, los ojos que se abren otra vez con el dolor de la resurrección. Una gota de sal dentro del alma y el recuerdo de mi otra vida, la profunda, la sumergida. Esperando serenamente que esa orden, esa herida, perfore mi corazón con un golpe de luz.

Novena lectura

¡Amor mío!, es el manzano el que agita sus ramas esparciendo el polvo de vínculos recién brotados. Bajo su sombra, él la sueña en lo más hondo de sí. Con los ojos cerrados, es traspasado por “ella” hasta confundirse en ese “ella” que acepta tu entrada, tu visita; aquella joven desprendida que lo mira. Y así conoció el secreto: Una clara lluvia nupcial en lo más hondo de sí, en el último centro, donde todo ocurre. Pero no sólo eres tú alma mía, sino mi espíritu quien llega sonriendo al mes de abril acariciando el dorso de una higuera. Si él pudiera describir la soledad, diría la luz y una piedra negra: Una estrella en el costado del alma, una estrella en el costado del espíritu y en los flancos del cuerpo una flor tatuada con sal en forma de estrella. Si le tocara describir la pasión, escogería la mirada: El remordimiento pendiendo de una rama y la totalidad de un hombre –alma-carne-espíritu-. Mas no era un acto de obediencia lo que anunciaba su fuerza. Era otra cosa: llevar a los labios encendidos, el corazón oscuro de los frutos.


Décima lectura

Cuando vuelvan las lluvias, se habrá cumplido el milagro de la retama. A la sombra de una muchacha ha convertido el verano en aroma maduro, pobre, como la tierra que lo posee... todo. Y así descendía él posando el pié en su corazón profundo. Él, que hace más grave su soledad, con las manos llenas de viento, los ojos cerrados por un dolor sobrenatural. Soñando bosques de llantos. Y esas aguas que siempre lo retienen.
Décima primera lectura

Cerca de mí el pensamiento y el silencio. “No abras los ojos” le decía. El nombre del amor es una roja soledad, es el jazmín o la retama con el deseo en alto, y está soñando. No todo ha pasado. Queda la sombra y el próximo verano. El secreto de la lluvia sin caer:“un secreto envuelto en silencio”. La noche que está esperando unos pasos para susurrarlo en el lado izquierdo de su trenza. Yo cierro los ojos. Muy cerca de mí la música de su nombre.

Décima segunda lectura

“El loto azul en lo alto de la noche...La lluvia que siempre retorna y el sagrado silencio. El día se acaba María. Queda apenas el aroma, lo entreabierto. Una guirnalda en el cuello de tu alma. ¿ No habrá lugar para ti, aquí donde has nacido? Lo ausente nos abraza con dolorosa persistencia a pesar de lo extenso de las aguas. Mas ella ignora que su lugar ha estado siempre allí, en el susurro del viento del sur, en la belleza de los jardines estivales. ¡Cuánto has tardado en volver. Cuánto has tardado! Mientras espera la estación de las lluvias, más allá del esplendor, en lo alto de la noche, su corazón callado ... como una flor.


Décima tercera lectura

Queda la sombra y el último verano. Ella abre los ojos. Una lluvia que nunca ha dejado de ser río, mar. La frágil luz vehemente como el apetito. Pero la miel es más que el deseo y la noche más grande que el olvido. Él siempre ha estado allí, como esa única línea trémula. En la noche que lo borra todo.

Décima cuarta lectura

La piel ha sido siempre tierra, su sudor y sus humores. Y estamos aquí llenos de regresos y de esperas. Pero quién puede negar la belleza? Ella le daba la espalda al verano. En el jardín sin escuchar el susurro de la noche del lado izquierdo de su trenza. Acaso alguien ha jurado? Acaso hay canto que pueda romper este silencio? La ilusión siempre afuera. Adentro: el alma. Más allá del polvo y la minucia. Del sudor, la piel y los humores.

Décima quinta lectura

La vi bajar el rostro hacia el centro. Las manos, apenas de niña adosadas al telar: Un árbol de luz aferrado a la tierra. Si fuéramos de este mundo, el mundo nos amaría, le decían. Aun así, encendida, con esa blanca lluvia de verano tan amada, nos da la púrpura que corre inocente hacia el cuerpo de nuestra vida. Yo la veía bajar el rostro hacia mi centro. Entendía entonces que el vacío tiene rostro de mujer cuando el deseo es santo.


Décima sexta lectura

Una mujer, en silencio, con el rostro negro, sentada allí mirando a su hijo recién nacido bajo el misterio de la sangre y la santidad de su vínculo con la tierra. He aquí ahora a este hijo, con los brazos en actitud de sacrificio, ofrendándose a sí mismo, negándose a sí mismo para perder “Su vida” y encontrar “ La vida”. Una mujer, en silencio, con el rostro negro, sentada allí mirando a sus hijos. La que escucha sus lamentos, la portadora de Dios.


Décima séptima lectura

Ella era el punto de encuentro entre la tierra y el cielo, la que te abrazaba cuando nacías y te abrazaba cuando morías, derramando caridad sobre tu cabeza. Habían levantado un templo en su nombre que se asomaba a las aguas del océano, frente a la isla de las mujeres. Mas para ellos era imposible ascender allí por propios medios. Sólo una rama del cielo pendiendo hacia la mano del hombre, hacía que ascenso y descenso sellaran un vínculo vivo de correspondencia. Entonces buscabas el rostro de aquella que era el punto de encuentro entre la tierra y el cielo. La que escucha los gritos del mundo, invocándola con los ojos cerrados, sin saber que sólo se mostraría cuando fueras capaz de ver el rostro de las aguas.

Décima octava lectura

“ No te aferres a mí”, le decía. Fue en el borde, en la orilla. Desde allí se veía un árbol inclinado hacia el mar. A partir de entonces el mundo entero entró en estado de resurrección. Ella encendió la lámpara y el recuerdo de mi otra vida, la profunda, la sumergida, y me susurraba queda:” Yo te rindo toda mi ofrenda, yo soy la ofrenda”. No tenía entonces yo otro sueño y así conocí mi cuerpo: allí, donde tú eras la vida y yo era tu caliz.


Comentarios

la hermosua/nunca yo me perderé/sino por un no sé qué/que se alcanza por ventura. Una harmosura de poemario, Edgar, la autenticidad, la delicadeza y la fuerza irradia en Panayía. Un abrazo

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