Pauline de Anhnas: La encarnación del eterno femenino



Las obras de Richard Strauss toman su estructura anímica de los arquetipos femeninos, su determinación y su influjo en el ser humano. Pero sobre todo es admirable el idealismo que se patentiza en esta búsqueda del eterno femenino. Desde muy joven, Strauss sigue este impulso cuando recrea en su poema sinfónico Don Quijote la voz de Dulcinea a través de la cadencia exquisita del oboe, simbolizando el ideal del amor cortés… la mujer como aquello inalcanzable, intocable, apenas concebida y amada a través de la fuerza del espíritu.

Si vamos más allá en ese devenir, en esa ruta del ánima del artista, llegaremos a sus maravillosos poemas sinfónicos Don Juan y la Transfiguración, para terminar con sus Operas El Caballero de la Rosa, Capriccio, Ariadna en Naxos, Salomé, La mujer sin sombra y Elektra, donde también el tratamiento psicológico del ánima y de los arquetipos femeninos están profundamente trabajados.

En el caso de sus Operas, el principal libretista de las mismas, Hugo Von Hofmannsthal fue un gran asimilador del simbolismo freudiano, que reforzó y llevó al texto esta búsqueda de Strauss, proceso que culminará finalmente con Clemens Krauss, el libretista de su ultima ópera Capriccio (llamada también la última soprano de Strauss).

En el caso del poeta Hofmannsthal, cuando explica la postura en concreto sobre el arquetipo de la Ariadna en Naxos y el poder de la transformación comentaba de manera maravillosa que: “La transformación que Ariadna sufre en los brazos de Dionisio es el momento crucial de toda la obra…La transformación es la vida de la vida misma, el verdadero misterio de la naturaleza como fuerza creadora…Todo aquel que quiera vivir, ha de superarse a sí mismo, transformarse…debe olvidar. Ariadna estaba muerta, y está viva de nuevo, su espíritu se ha transformado verdaderamente…La otra cara de la moneda, Zerbinetta y sus semejantes ven en la expresión de Ariadna exactamente, sólo aquello que son capaces de ver: el cambio de un amante por otro, sin poder ver ese otro proceso íntimo de transformación de un plano a otro… los dos mundos espirituales se conectan de manera irónica al final, en la única conexión posible: la incomprensión”.

Bajo esta misma contradicción de mundos en Strauss, a pesar del idealismo que pautó su permanente búsqueda de ese eterno femenino como artista, y si estudiamos su vida como hombre, nos encontramos con un ser precoz, fiel a su sentir y a su vez con una percepción muy real del amor. Sus viajes a Italia, al mediterráneo y su encuentro con el músico y poeta Ritter, le develarán esta necesidad poética de expresar el ánima amorosa del hombre con consistencia, con veracidad, a través del encuentro real de una mujer como contrapartida y complemento existencial. Ya en 1893 realiza un viaje a Grecia y a Egipto que lo marcarán para toda su vida, y le impulsarán cada vez más a establecer la dinámica por la cual es precisamente a través de esa ánima, de ese ideal, de esa fuerza y sabiduría de lo femenino, que el hombre puede fecundar, concretar, construir el cuerpo del amor. Aquejado de una fiebre que le sobrevino en el viaje Grecia y Egipto tras perseguir agotadoramente ese ideal, y en el año de 1894, Strauss asume la realidad innegable y tangible del amor para vincularse con el mundo, con la realidad y con la vida a través de la bellísima soprano Pauline de Ahnas, su gran amor, la mujer que le inspiró e indujo todas esas transformaciones, hasta su muerte.

A su amor por ella, según manifiesta el propio Strauss, le debemos esa eclosión inicial que empieza con el gran Poema Sinfónico Don Juan, basado en un poema de Nikolaus Lenau. Este Don Juan de Lenau y de Strauss deviene directamente del Fausto de Goethe… un insaciable amador, un buscador apasionado del eterno femenino, arrastrado de mujer en mujer no tanto por su sexualidad como por la búsqueda de un amor ideal que nunca encuentra. Según palabras del director de la época Franz Schalk, “el Don Juan es acaso el más perfecto de los poemas sinfónicos de Richard Strauss. Arranca con un fulgurante y arrebatador tema Allegro molto con brio, que retrata al personaje: apasionado e inquieto, soberbio y seductor. Sucesivamente van apareciendo en el poema sinfónico las figuras deseadas y conquistadas por el aventurero -Zerlina, la condesa, doña Ana- que con el tiempo se convertirán en los fantasmas que le acompañarán en el último y dramático episodio de su vida, el desafío al Comendador. Un acorde final en la menor y pianísimo, con un acompañamiento de distantes trémolos de cuerdas, cierra la obra”.

Este impulso inicial que produjo el encuentro con la encarnación de ese eterno femenino en Pauline de Anhas, se mantendrá inalterablemente dinámico en Strauss a lo largo de toda su obra, y pasará desde el símbolo del ideal inalcanzado en Don Juan, a la expresión pura del amor en la forma de una rosa, cuyos pétalos se reúnen en planos superpuestos, para converger en la esencia del amor. Basta escuchar el sentido trío de voces del acto III de la ópera El Caballero de la Rosa, en donde Octavio, La Mariscala y Sofía desde la propia realidad de cada uno, trascienden a la irresistible determinación del amor, para sentirse conmovedoramente traspasados por esta experiencia.

Es sin embargo en sus canciones para voz y piano donde Strauss realiza el máximo homenaje de belleza y de entrega a esta certeza, a esta realidad encarnada en la mujer que amo toda su vida. Cuando escuchamos la canción que le dedicara a Pauline- en realidad Strauss le dedicó todas sus canciones a Pauline- llamada Allerseelen (o canción del día de todos los muertos) entendemos como se unen en una sola experiencia estética y vivencial, lo visual y el aroma, lo visto y lo presentido, la vida y la muerte, lo perdurable y lo impermanente, a través del proceso de transformación que nos llevará desde la vida, a la muerte y otra vez a la vida.


ALLERSEELEN


Pon sobre la mesa las resedas perfumadas,
tráeme los últimos asteres rojos
y hablemos otra vez del amor,
como en otro tiempo, en mayo.

Dame tu mano para que la oprima en secreto,
y aunque otros lo vean, me es indiferente,
obséquiame tan sólo con una de tus dulces miradas,
como en otro tiempo, en mayo.

Hoy florecen y exhalan aromas todas las tumbas
pues un día del año está dedicado a los muertos,
ven a mi corazón para que te tenga de nuevo,
como en otro tiempo, en mayo.

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