Las visiones extraordinarias de Elizabeth Schön... por Ruth Vidaurre
Al abrir este libro, vemos que allí, frente al mar, redondo origen de la vida, una poeta mira hacia el infinito invisible de la ola, que no rompe ni mella sus orillas de agua y de costa. Redondo su andar itinerante y toda ella, nos habló por última vez, de su finito viaje hacia lo infinito de su alma siempre fresca.
Escuchamos un rumor de resistencia que convence aún a pesar de las dudas, de su legítima decisión de prolongar su pasar hecho carne o hábitat de los espíritus, sin transarse con las fáciles salidas…un amor convertido en carga ante su insistencia por seguir amándonos en este hondo “Río Aquí” o en el reflejo de los cantos, y la escuchamos decir ya bajito, como imaginando que su voz sólo será escuchada por ella misma, ante la interrogante del destino de su madre muerta hace ya tanto: "¿qué dice ella?...aún no lo sé…la pobre dice…que limpia las letras y concluye en la inmensidad del ave que venció siempre. O, nos habla de sus días, algo dislocados en aquel momento: El día es una franja que aguarda a la noche para buscar su centro de inmortalidad”. Su dulzura inmensa, ante la reciente muerte de un querido amigo, le hace pedir a su madre: Dile al señor Vidaurre que agradecemos llevar esto: Su camino…y que en el pensamiento tenga un compañero, para terminar hablándole a su Dios, (ese siempre poeta de y en ella) sobre nuestros acercamientos: Por eso nos gusta acercarnos a él…como esa rosa incorregible.
Esta mujer asombrosa, que nos ofrendara sus visiones de sus viajes al mundo de las estrellas (antes de fundirse irreversiblemente a ellas), parece revivir para nosotros, arquetipalmente hablando, el mismo viaje ancestral fundado en las pirámides egipcias, y su fija mirada de Cúspide y Orión, con carga sagrada de inmortalidad y certeza de otros mundos: Ahora la recuerdo, yo estaba en esa tabla infinita, movible, en su centro, como si fuera otra estrella…recorrí todo su cuerpo…en cada extremo de la tabla…dos estrellas…tres estrellas en la inmensidad acogiendo lo infinito y haciéndolo nacer de manera permanente sobre la tierra, que es a su vez, un eslabón de estrellas, para finalmente abrirnos como una cascada, su propia vulnerabilidad: Veo a una mujer que también se oscurece si no ama al hombre…y a los hombres hay que amarlos…
Rozando el filo de lo interminable nos dice: hablar de lo de dentro, no es hablar de lo de adentro…es renacer, para la única fecha de lo innombrable, y se define a sí misma en tan crucial momento de su vida, con estas palabras: Un poeta cae, se empapa y brilla…se confiesa comulgando con las estrellas…ya sabe que después no existirá. Estará despierto al unirse a las estrellas…como el grueso y amplio bronce imaginativo de lo visto.
Quisiera terminar este breve comentario sobre estas “Visiones Extraordinarias”, uniéndome en íntimo y amoroso rezo, sin el filo de una voz quebrada, a la propia boca de la poeta y pedir con ella: Dios!...no quiero lo que acaba…dame lo que permanece como el cielo…
Escuchamos un rumor de resistencia que convence aún a pesar de las dudas, de su legítima decisión de prolongar su pasar hecho carne o hábitat de los espíritus, sin transarse con las fáciles salidas…un amor convertido en carga ante su insistencia por seguir amándonos en este hondo “Río Aquí” o en el reflejo de los cantos, y la escuchamos decir ya bajito, como imaginando que su voz sólo será escuchada por ella misma, ante la interrogante del destino de su madre muerta hace ya tanto: "¿qué dice ella?...aún no lo sé…la pobre dice…que limpia las letras y concluye en la inmensidad del ave que venció siempre. O, nos habla de sus días, algo dislocados en aquel momento: El día es una franja que aguarda a la noche para buscar su centro de inmortalidad”. Su dulzura inmensa, ante la reciente muerte de un querido amigo, le hace pedir a su madre: Dile al señor Vidaurre que agradecemos llevar esto: Su camino…y que en el pensamiento tenga un compañero, para terminar hablándole a su Dios, (ese siempre poeta de y en ella) sobre nuestros acercamientos: Por eso nos gusta acercarnos a él…como esa rosa incorregible.
Esta mujer asombrosa, que nos ofrendara sus visiones de sus viajes al mundo de las estrellas (antes de fundirse irreversiblemente a ellas), parece revivir para nosotros, arquetipalmente hablando, el mismo viaje ancestral fundado en las pirámides egipcias, y su fija mirada de Cúspide y Orión, con carga sagrada de inmortalidad y certeza de otros mundos: Ahora la recuerdo, yo estaba en esa tabla infinita, movible, en su centro, como si fuera otra estrella…recorrí todo su cuerpo…en cada extremo de la tabla…dos estrellas…tres estrellas en la inmensidad acogiendo lo infinito y haciéndolo nacer de manera permanente sobre la tierra, que es a su vez, un eslabón de estrellas, para finalmente abrirnos como una cascada, su propia vulnerabilidad: Veo a una mujer que también se oscurece si no ama al hombre…y a los hombres hay que amarlos…
Rozando el filo de lo interminable nos dice: hablar de lo de dentro, no es hablar de lo de adentro…es renacer, para la única fecha de lo innombrable, y se define a sí misma en tan crucial momento de su vida, con estas palabras: Un poeta cae, se empapa y brilla…se confiesa comulgando con las estrellas…ya sabe que después no existirá. Estará despierto al unirse a las estrellas…como el grueso y amplio bronce imaginativo de lo visto.
Quisiera terminar este breve comentario sobre estas “Visiones Extraordinarias”, uniéndome en íntimo y amoroso rezo, sin el filo de una voz quebrada, a la propia boca de la poeta y pedir con ella: Dios!...no quiero lo que acaba…dame lo que permanece como el cielo…
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