Prólogo - reseña del poemario Imprudencias de Ángela Molina



Imprudencias

¡Oh escritor, oh filósofo! con qué palabras, con qué frases,
con qué oraciones, con qué conceptos,
con qué doctrinas se podrá describir, 
la íntegra y perfecta visión de la belleza
como lo hace la poética visual.

Leonardo Da Vinci


Los Escolásticos nos hablaban de la Prudencia, ese contenerse, esa virtud callada que pese a su silencio, crea un elocuente ejercicio de normas y de juicios, como la recta ratio agibilium, para diferenciarla de la recta ratio factibilium o el arte poético en sí mismo sin que medie juicio o normas de conducta entre lo que es bueno o malo y donde solo importa el logro de la visión de Dios o la Belleza. Esta diferenciación, que resaltaba el doble aspecto del alma del hombre en cuanto a debatirse entre la razón y la fe. En este estadio del pensamiento, la resolución de esta contradicción entre razón y fe, no fue excluyente sino incluyente de un modo muy especial, pues ambas coexisten, aunque la razón estaría subordinada a la fe, y solo tendría valor en cuanto confluyera con esas verdades inefables.

Esa recta ratio agibilium o la recta razón de las cosas que se deben hacer o su razón práctica, sustraían al hombre al plano  moral, mientras que la recta ratio factibilium o el arte de la razón abarcante, lo abrirían, lo impulsarían al logro de la suprema perfección: la destreza que el hombre ejecuta y hace para elevarse de manera poética a la visión suprema de la belleza. Hay sin embargo en este esfuerzo por conciliar una contradicción en el alma, otra profunda contradicción, que contrapone precisamente a la prudencia como virtud, con la imprudencia: aquella manifestación desbordante que no se subordina ni se contiene. Esa manifestación que no está precedida de juicio, que solo obedece a su impulso más auténtico e inmediato, y que por ello y de manera contradictoria, se nos parece tanto a la fe.

Y empiezo así, la crónica sensible de este libro, pues el título que lo en marca es el de la Imprudencia, (teniendo este caso además una amplificación absoluta, al tomarlo en forma plural, es decir: imprudencias). No hay manera de obviar aquí, en el despliegue del alma, esa sensación debatida que fragmenta al hombre entre su razón y su pasión, entre lo que se ha venido catalogando como comportamiento moral y aquella otra razón que no se subordina a nada, si acaso a la suprema visión de la belleza en sí misma, como logro y abstracción de la mirada abarcante que precisamente no distingue entre el cuerpo y el alma.

Siento entonces de una manera muy intensa que este libro no está escrito con palabras, con frases, con oraciones, con conceptos. Está escrito con imágenes. Imágenes poéticas que de manera imprudente por demás, nos aportan una visión carnal (y en su reverso descarnada) del alma en su origen, en su estatus de fuerza primaria, cuyo impulso no deviene de normas morales, pero tampoco de dogmas de fe. Ese vislumbre de la metamorfosis anímica, será en este caso impulsada por fuerza hacia atrás, hacia su primer esbozo, algo así como una imagen recobrada del alma, más allá de cualquier ejercicio creado por las normas morales, que la hacen tener una consistencia auténtica… que la despoja de cualquier hecho posterior o artificial que contradiga su naturaleza, revocando así esa contradicción, una imagen que se sostiene en sí misma, o como diría Leonardo Da Vinci una poética visual.

Prefiero el catecismo del cuerpo, antes que el del templo. Los excesos a los comedimientos. El instante seguro y pertinaz. La plaza al circo. Los destellos fugaces a la perenne luz artificial. Los cometas a los soles predecibles. La vida, la insospechada vida, al simulacro.

Estas imágenes penetran y han provocado en mi caso una epifanía. Una mujer que de manera imprudente y avezada se aleja de esa razón moral de lo bueno y lo malo, para para mostrarnos (como la primera mujer y su manzana) la belleza contenida y continente del fruto…la razón abarcante que supone el arte, ese logro supremo y perfecto de la imagen total.

La poesía es arte. Y es asombroso como la palabra “arte” (del latín ars, artis, y del GriegoΤέχνη) es tal vez la palabra más polisémica que existe y que expresa al hombre en su totalidad. “Arete”, ideal del logro, consecución, destreza; “Aristos” lo más alto de logro, lo más elevado y el “Artista” ese ser singular, apasionado, que crea, que genera. Pero en el medio de esta abundante y extraordinaria polisemia, de todas estas advocaciones de su raíz original, la que más resuena en este libro, es aquella advocación de restitución dimensional que le otorga la capacidad de desnudar, de mostrarnos la manzana o la belleza.

En estos textos-imágenes, la poeta se desnuda y nosotros nos despojamos con ella. Su épica nos obliga a dejar de ser ese al que al que toda desnudez le causa espanto. Para volver a ser bestias mansas que se reconocen en el paraíso, quitarnos el polvo que la razón nos arroja a los ojos para entrar de nuevo en esa esfera celeste donde todos los animales se dejan poseer por la divinidad de su naturaleza, donde abrimos nuevamente la puerta a nuestro instinto iluminante, donde dejamos de vivir en la oscuridad de la razón.

Sin embargo, esto no lo logra la poeta de manera natural o silvestre. Hay en esta invocación a esta recta ratio factibilium una rebeldía consciente que traspasa los límites de la prudencia…y me atrevería a decir que en su proclama también rebasa el término de la imprudencia. Como ella misma nos dice cuando se subleva contra el sometimiento (esta vez de la pasión a la razón), en ese Manifiesto Íntimo como ella lo llama: acaso sea la vida un campo de batalla para subvertir el orden, cualquier orden, las órdenes, los roles, para rebelarnos contra nosotros mismos y las creencias que a fuerza de repetirlas emularlas y cumplirlas nos convierten en el otro ese que los demás conocen y existe solo en la epidermis.
  
Crónica de un aprendizaje lento, empezar con una tachadura en el centro de la vida para reescribir la imagen, la fotografía del alma (con toda su luz y toda su sombra). Camino constelado que nos desnuda hasta los huesos, para cubrirlos de una nueva piel originaria, auténtica. Una mujer, una poeta que a pesar de que el amor para ella y por desgracia no ha durado toda la vida, asume con valentía la luz de su intermitencia, pues no importan los ciclos de la luz ni de los frutos, sino el momento de fulgor en el brillo de la piel de la manzana…en el brillo de la piel de la belleza. Una mujer que a pesar del desamor, abraza al árbol mientras tanto.

Pero tal vez lo que termina de conmoverme y establecerme de manera  contundente en el corazón de esta recta ratio factibilium, (asimilación de la pasión con la fe), son las estremecedoras plegarias que penetran y sostienen persistentemente las imágenes: Esa mujer que se abre a sí misma, que se entrega con su oración llena de letanías de aliento y de gemidos para ofrecer su vientre irredento a la orfandad peregrino. O esa mujer que santifica la pasión con un ritual de amor, de confesión, de comunión: eucaristía que contiene la mirada en la desnudez infinita, en el ruego por que se mantenga la pureza. O esa otra mujer que se desdobla para asimilar la vida y conjurar la muerte. Mujer trinitaria que sobrevive para despellejar y parir la palabra, para gritar sus versos en festejo de la vida, para establecer un nuevo orden de vida en medio de la vida. O esa mujer que clama por una tormenta que revoque todo para recobrar después la calma y el mundo paralelo de sus sueños.

No puedo cerrar esta crónica sentida, este regreso al entendimiento desde la pasión, de esta (literal) encarnación de la verdad del alma, sin referirme al penúltimo poema que impulsa la cadencia final de estos cantos, y que la poeta titula Profano. Este sentido de las palabras (en este caso el esfuerzo del arte exquisito de la poética visual de la imagen poética) las relaciona de manera asombrosa. Y es que imprudencia es el reverso de la prudencia y entre ambas constituyen una sola verdad. Si ahondamos más, vemos que prudencia es una advocación de providencia (ver o contemplar hacia adelante, más allá de lo inmediato). En este caso, Profano significa literalmente pro (delante) fanum (templo). Profano era pues lo no consagrado, o que había dejado de serlo, por estar adelante, o sea fuera del templo (DRAE). Por razones etimológicas y de verdad y justicia poética, el tejido de las palabras y de las imágenes han hecho el milagro de que, lo sagrado, lo consagrado en este ritual que nos restituye la belleza pura y natural del cuerpo y de la pasión, sea (providencialmente) más bien lo profano, aquello que está adelante del templo, aquello que no puede ser nombrado, o como nos dice la poeta, lo que no tiene nombre.

Por último, este libro de imágenes es, sin duda alguna una liturgia del amor en todo su cabal sentido: unión del cuerpo y del alma, de la razón (esa abarcante) y la pasión, de la luz y de la sombra, del gozo y el dolor, de la materia y el espíritu, todo ello expresado a través del arte y la metáfora más extraordinaria de todas la metáforas, la única que puede describir la íntegra y perfecta visión de la belleza…aquella que más nos pertenece como humanos: la de los amantes. Por ello repetimos sin recato ni prudencia, juntando nuestra voz a la de la poeta: Que Dios bendiga la soledad de los amantes y los haga entrar desnudos en el templo porque solo ellos son el pan que se encarna. Y los mantenga puros en el lecho y prudentes solo fuera de él. Después de haberse hecho pan y alimentarse que se callen. Que no renuncien que no confiesen que no teman. Que lleven el silencio y no intenten descifrarlo con razones terrenas.


Edgar Vidaurre






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