Aproximación a Proserpina. Texto de Anamaría Hurtado sobre el cuento de Armando Rojas Guardia.

                                                                                
“…esta sed que me constituye y me sobrepasa…”



Lo primero que me sorprende en el texto de Armando Rojas Guardia  es el  tiempo futuro que utiliza el personaje para narrar su historia. Somos colocados en el lugar de testigos de una historia que está por construirse. Esa manera de erigir un cuento desde el futuro nos ubica de inmediato en las fronteras de un tiempo que linda con lo eterno. El salir en la búsqueda de lo permanente desde lo venidero, utilizando como instrumento narrativo la posibilidad sólo reservada a los dioses de escribir el futuro, es una cualidad extraordinaria de este cuento que lo hace único. Consistencia y permanencia, de las que hablaba Heidegger: “Desde el punto en que el hombre se pone en presencia de algo permanente, puede ya comenzar a exponerse a lo tornadizo, a lo venidero…” (1). Con tal aproximación, ARG nos pone a vibrar  en una zona mítica en la cual el lector adviene expectante de una inminente epifanía. Hablo de la experiencia de un relato que  es una suerte de trinidad musical estructurada en un texto envolvente, de ritmo delirante, con tres movimientos como las sinfonías contemporáneas: El tiempo del presente que es el del ensayo donde con acierto, erudición, elegante ironía y brillo intelectual explica y comprende los avatares del discurso narrativo. El tiempo del pasado donde el que narra se conecta con experiencias sensoriales y afectivas de una profunda intensidad. Y un singularísimo y complejo  tiempo futuro que nos conecta paradójicamente con el no-tiempo o eternidad, no sólo en la manera de ser narrado sino en los acontecimientos que se van desplegando en ese ámbito cuasi irreal, - en esencia mitopoiético- que discurre a orillas del Nilo. La historia  que ARG va construyendo en futuro en el  mítico Egipto, curiosamente me evoca un relato de Borges (2) ambientado en la también mítica Inglaterra; ambos lugares, que nos son presentados por ambos escritores como fuera del tiempo y espacio reales, son el escenario donde acontece el encuentro erótico amoroso que termina fluyendo hacia los oscuros abismos del psiquismo, y que en el caso particular de Rojas Guardia lo lleva de frente a la experiencia mística. El amor físico, como gesto corporal fundamental y pleno de significaciones,  es la antesala del asombro del humano ante el misterio de la vida. 

El personaje central, que a la vez se construye y se recuerda, es Proserpina quien con su nombre nos remite  al lugar del mito, a la esfera de las más antiguas diosas de vida y muerte, y detrás de ella, o superpuestas, otras diosas arcaicas se asoman: Isis, María Lionza… En ellas aparece lo femenino como divinidad originaria, terrible y abarcante, siendo por eso mismo la que inicia, la que conduce al misterio, al hallazgo impostergable de la tierra que en su inminencia vegetal es sexo abierto a la experiencia mística como cópula con  la totalidad. Como en las antiguas civilizaciones donde la hierogamia no era todavía simbólica sino una experiencia directa de lo real, así nos presenta ARG su relación con Proserpina. “la enigmática y esbelta esposa del embajador de un país selvático…” . Pero su nombre nos anuncia que viene de un país aun más lejano y de las profundas selvas del inconsciente colectivo. La reminiscencia de la diosa que en algún momento deja de ser doncella  y deviene, tras el rapto, en reina del inframundo, nos transportará mucho más allá, donde hace su epifanía “algún dios vegetal y líquido que acaso no es otro que aquella misma agua inmemorial, la diosa fértil que alimenta al mundo y lo bautiza…”

Desde la presencia de la muerte como delicado fantasma que atraviesa el cuento, ARG apunta hacia la Zoé de los griegos: la vida perdurable, inagotable, sin caracterización, que aquéllos diferenciaban de la bios, la vida personal con rasgos propios que termina con la muerte.  Es en ese tiempo y espacio inundante y acuático donde aparece el Requiem de Fauré que sonará”transfiguradamente en medio de nosotros”. Así como Borges hace que  en su encuentro amoroso no exista entre los amantes la antigua espada de Sigurd y que en consecuencia sea posible el acto sexual, en este caso el Requiem, composición  directamente relacionada con la muerte, se coloca en el lecho amoroso como unión, como danza que los envuelve, no es espada sino rio, dios vegetal que fluye como la  vida perdurable entre los dos. Interesantísima paradoja.

En los momentos finales del cuento, ARG nos saca del tiempo del mito y nos introduce tajantemente en el tiempo real, ubicándonos en el pasado  nos traslada del Nilo ancestral al río Tuy de la hacienda familiar, de la exhuberancia fantasmal nos lanza a  la exhuberancia del recuerdo, sin embargo, en ambos lugares se hace presente la experiencia iniciática, ahora  es Justina y la opulencia lujuriosa de su sexo en los laberintos vegetales del trópico quien se constituye en afirmación de lo vital , de nuevo zoé.  Homero  utiliza como intercambiables zoé y psyché, vida y alma, y en el relato el sexo, heraldo de la vida, es la puerta de acceso a la experiencia corporal del alma…. Kerenyi, en su libro sobre Dionisios, señala que la zoé es el hilo infinito en el cual cada bios individual se ensarta como una perla, así ensarta Armando la vida de la pequeña prima núbil, bautizada en la muerte con las aguas del Tuy, en la vida infinita de aquella “esbelta y enigmática” Proserpina que transcurre en ese tiempo eterno del Nilo y en cuyo cuerpo el protagonista descubrirá extasiado la presencia de todas las diosas.

En el último párrafo ARG, sorpresivamente, nos hace caer en el presente a través de una disquisición. La explicación final que nos introduce en el ámbito del ensayo nos explica en pocas palabras todo el cuento. ¿Por qué Armando quiere ubicarnos de repente en el tiempo contundente del ensayo? ¿Por qué nos saca del lugar de las epifanías, del ámbito de los inmortales? ¿Por qué necesita al final  esta ubicación? Tal vez debajo de las grumosas capas de inconsciente personal y colectivo, hay un dolor que sólo puede ser manejable a través de la razón.  Después de la voz antigua del mito y de la voz doliente del recuerdo personal  necesita la voz del intelecto que organiza y explica cómo el cuento, a través de la Palabra, es un redentor del pasado. En este momento, Armando nos conecta con la preeminencia de lo literario, “único templo que hoy cobija a los mitos exiliados”. Pareciera decirnos que sólo la literatura permite acceder a otro ámbito donde el mito personal y el colectivo pueden coexistir y de esa manera puede llevarse a cabo una suerte de recuperación y alivio de la herida. Así es como Borges recupera a la inasible Ulrica, a través de un antiguo mito nórdico, en su único cuento de amor posible. Por su parte, ARG, en la compleja construcción de su cuento, hace que el protagonista efectúe la resolución en clave de ensayo, saltando de la ficción narrativa a la seguridad del discurso intelectual.

Para concluir, tengo que hacer notar que el lenguaje poético fluye constantemente en los tres movimientos de este extraordinario cuento sinfónico de múltiples sonoridades e instrumentos verbales, de intensa sensualidad y erotismo desbordado.  “… esta sed que me constituye y me sobrepasa…” Palabras que pone en boca de Proserpina son el lugar del encuentro con la  sed de vida perdurable, la sed del escritor místico, que por sobre todo es Armando Rojas Guardia.


1. Heidegger, Martin: Hölderlin y la Esencia de la Poesía
2. Borges, Jorge Luis: Ulrica. El libro de Arena


Anamaría Hurtado. 08-09-2014

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